"Don Juan Carlos es ante todo una gran persona. Ha elegido mal a sus amigos, porque un rey no puede tenerlos. Está condenado a no tenerlos. Le tengo un gran respeto", nos decía reicentemente el periodista Jaime Peñafiel, el quizá cronista real más popular de España y un profundo conocedor del reinado de Juan Carlos I. Unas palabras que cobran hoy especial relevancia.
La primera amistad peligrosa del rey se remonta a su infancia en el Internado de los Maristas en la localidad suiza de Friburgo: el príncipe georgiano Zourab Thockutua. Zu para los intimos. Según publicó El Mundo cuando murió, el pasado mes de julio,Zu medió para que Baleares cediera el Palacio de Marivent a la Familia Real. "Recurrió a las influencias de su suegro, Pedro Salas, un prohombre del franquismo, ex presidente de la Diputación y adinerado empresario, al tiempo que cimentaba una fortuna basada en operaciones inmobiliarias, el juego y el petróleo", recogió entonces el diario.
A finales de la década de los setenta Zu se sentó en el banquillo por una estafa inmobiliaria en unas viviendas de protección oficial en Mallorca. Fue absuelto por la Audiencia Provincial de Palma en 1992. Después se instaló en Marruecos donde se ganaría la confianza de otro rey, Mohamed VI. Y donde, al parecer, medió para que una empresa del clan Pujol lograse una licencia para renovar los ferrocarriles del reino alauita. Su comisión, 53.700 euros, tal y como publicó en su día el periodista Esteban Urreiztieta.
Zu era uno de los miembros de la llamada ‘Corte Flotante’ del rey en Mallorca. Un círculo que preocupaba especialmente al padre del rey, Don Juan, y al entonces jefe de la Casa Real, Sabino Fernández Campo, que temían que se aprovechasen del talante campechano y confiado del monarca para hacer negocios y conseguir influencia. Un problema que, como veremos, no se circunscribía a sus veranos en la Isla.
"Yo, Manolo Prado: diplomático outsider por la gracia de Dios y de España (…) desde mi despacho en la trastienda trabajé esos acercamientos entre el joven abogado de la chaqueta de pana de nombre Felipe González y don Juan Carlos", reza un párrafo de las memorias de Manuel Prado y Colón de Carvajal publicadas en 2018, casi diez años después de su muerte. Prado y Colón de Carvajal fue uno de los grandes amigos del rey. Uno "muy íntimo, el único en que podía depositar mi confianza", según le contó el monarca a José Luis de Vilallonga . En 2004 Prado ingresó en la cárcel para cumplir una condena de dos años por el Caso Wardbase. Por entonces también lo hicieron otros dos "amigos peligrosos", como los llamaba Fernández Campo, del rey: Javier de la Rosa, condenado en 2005 a más de cinco años y dos meses de prisión por un delito continuado de apropiación indebida y otro de falsedad documental,y Mario Conde, a quien el Tribunal Supremo había sentenciado en 2002 a 20 años de cárcel por un delito de estafa y apropiación indebida.
Sin embargo, ni Prado y Colón de Carvajal, quien se refería a sí mismo como "el perro del rey", ni Javier de la Rosa, ni Mario Conde ni el escurridizo Tchokotua amenazaron tanto la integridad del rey como su "amiga entrañable": Corina Zu Sayn-Wittgestein. Las informaciones recientes que apuntaban a que el rey le habría donado 65 millones de euros a ella y a su hijo pequeño, Alexander , y su denuncia de amenazas por parte del CNI han abierto definitivamente la caja de los truenos para el rey Juan Carlos, que pierde hoy su asignación y quien, a falta –o quizá por exceso– de amigos se ha visto obligado a contratar los servicios de un abogado.
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