¿Por qué dejó de volar la reina de Inglaterra?

¿Por qué dejó de volar la reina de Inglaterra?

A finales de noviembre de 2015, la reina de Inglaterra se subió a un avión por última vez. Fue en Malta, un país al que guarda especial cariño por los dos años que vivieron allí Isabel y Felipe de Edimburgo cuando la Corona parecía lejana y su matrimonio apenas empezaba. Su llegada el 26 de noviembre, y su marcha un par de días más tarde, se convirtieron en los emblemas de un reinado increíblemente viajero. Cuando llegó a su destino, ya se sabía que seguramente aquellos serían los últimos vuelos de una monarca que ha cubierto más kilómetros que seguramente cualquier otro ser vivo.

Pero, ¿cuál es la razón de que ya no vuele? ¿Hay algún motivo médico? ¿Es porque ya no dejan pilotar a su marido y a su hijo Carlos -aunque casi mejor-? ¿Era algún tipo de protesta porque una década antes la reina se había quedado sin su medio de transporte internacional favorito, el yate HMS Britannia, por ser demasiado caro para el bolsillo de sus súbditos? ¿O es porque una señora que tenía casi 90 años ya y ha recorrido kilómetros como para ir y volver dos veces a la Luna está un poquito cansada ya del ajetreo?

Más bien lo último Porque en realidad esa visita estaba anunciada como su último destino internacional. Y en Inglaterra nada le gusta más que los trenes, con las carreteras en segundo lugar. Los vuelos domésticos son para la gente que no dispone de una riqueza mayor que el dinero: el tiempo. Sin visitas al extranjero, la reina de Inglaterra no encuentra motivos para someterse a los vuelos internacionales. Los deberes reales, que incluyen las visitas más o menos regulares a los territorios de la Commonwealth, pueden delegarse en la familia real (en los miembros que ella ha escogido para representarla, al menos). Isabel ha sabido cuándo decir basta.

Para hacernos una idea, cuando Harry y Meghan inician sus tours oceánicos o africanos, por ejemplo, ella ya ha vuelto muchas veces. En 1953, con la corona recién estrenada, Isabel se embarcó en una odisea de varios meses, 13 países, 12 toneladas de equipaje y 70.000 kilómetros por tierra, mar y aire para recorrer la Commonwealth. Ha estado en países que ni siquiera existen ya. Ha volado en aviones que rompían el sonido, como el Concorde. Ha viajado más que tú. Y que yo. De formas que hoy no pueden repetirse. Ha viajado más y más variado que cualquier persona viva que conozcas (excepto si conoces a la reina de Inglaterra).

En general, con su mínimo de tres atuendos perfectamente planchados -y uno de ellos siempre de luto para que no le sorprendiese tener que lucir duelo al desembarcar o en sitios donde no era fácil conseguir ropa digna al instante-; sus bolsas de sangre británica cuando viajaba a territorios insalubres; o sus remedios infalibles contra el jet lag (caramelitos de azúcar de cebada), la reina es la turista definitiva. Más de un millón y medio de kilómetros. Y ha llegado a recorrer más de 70 países en una sola década. Por eso, cuando decidió que se acabó lo de volar y lo de visitar países, podemos entender parte del motivo, más allá de preguntarnos por su salud o por la educación sucesora de su hijo y su nieto Guillermo. Sencillamente, ya lo ha viajado todo.

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