Han pasado menos de dos semanas de la emisión de la entrevista del príncipe Andrés en la BBC tratando de explicar su relación con el magnate Jeffrey Epstein hallado muerto el verano pasado en su celda de la cárcel de Nueva York tras nuevas acusaciones de explotación y tráfico sexual, y la Corona británica está viviendo una auténtica transformación. El príncipe Andrés se ha retirado de la vida pública, sus hijas y Sarah Ferguson guardan silencio desde la mayor distancia posible a los focos, ya no importan las diferencias entre Meghan, Kate Middleton, el príncipe Harry y Guillermo. Las cosas se han puesto mucho más serias. La Corona atraviesa una de sus peores crisis desde los años 80 y la prensa británica empieza a plantear un cambio de roles entre la reina Isabel II y el príncipe Carlos.
Descarta, en un principio, la abdicación de la monarca de 93 años, pero sí plantea que el príncipe de Gales, de 71 años, se convierta en príncipe regente. Es decir, la reina daría un paso atrás para dejar prácticamente todo el protagonismo a su primogénito que, sin embargo, aún no se convertiría en rey, papel para el que tantos años lleva preparándose.
Esto no se produciría de manera inmediata, aunque sí muy pronto. Habría que esperar solo 18 meses, coincidiendo con el 95 cumpleaños de Isabel II, la edad que tenía el príncipe Felipe cuando se retiró de la vida pública. De ahí que se reabra, ahora con más fuerza, el debate, aparte de por la situación y la avanzada edad de la monarca más longeva de la historia de Reino Unido consciente de que la transición, que ya habría comenzado, es necesaria.
La posibilidad de que el príncipe Carlos ceda paso al príncipe Guillermo queda desechada, algo que, sin embargo, sí se planteó en otros momentos. Ahora no es Carlos el implicado en el escándalo sino su hermano Andrés, y el príncipe es quien está tratando de estabilizar la institución con el apoyo de su hijo Guillermo.
Cuando el príncipe Andrés concedió la entrevista asesorado por su secretaria personal ya despedida, el príncipe Carlos estaba de viaje en Nueva Zelanda. Se dice que desde allí movió los hilos para que su madre, la reina de Inglaterra, entendiera que su hijo favorito tenía que abandonar sus quehaceres reales. Atendió sus consejos -incluso suspendió la fiesta que preparaba por su 60 cumpleaños- admitiendo que lo que su hijo decía era lo mejor para la monarquía. Nada más regresar de su viaje, Carlos viajó a Sandringham para ver al príncipe Felipe, de 89 años, allí retirado y tratar la situación. Se cree que allí, ambos, habrían contemplado que el escenario de un príncipe regente sería el más apropiado por el momento.
Esto apaciguaría los ánimos en una Inglaterra muy conmocionada -este sábado aún más tras el asesinato de dos personas en el puente de Londres- y supondría, entre otras cosas, que Camilla Parker permanecería más o menos donde está. Dada incluso la circunstancia de que el príncipe Carlos llegara a ser rey -tiene muy claro cómo sería su reinado incluso su familia real mucho más reducida que la actual, sin el príncipe Andrés ni sus hijas las princesas Beatriz y Eugenia- está en duda que Camilla, no demasiado popular entre los británicos, alcance el estatus de reina consorte y es probable que ni siquiera ostente el título de princesa de Gales por respeto a la fallecida Lady Di.
Que Carlos sea príncipe regente se traduciría en que la reina dejaría de estar en todos y cada uno de los actos relevantes de la Casa Real como hasta ahora pero mantendría sus atribuciones constitucionales intactas. Isabel II ha reducido su actividad en los últimos tiempos -en 2018 atendió 283 compromisos frente a los 332 de 2016, mientras que el príncipe Carlos asistió a 507-, pero no sería comparable con lo que sucedería en caso de que hubiera un príncipe regente que se ocupara de los asuntos reales del día a día mientras su madre sigue siendo monarca.
Para ver algo así (con muchas diferencias) habría que retroceder a 1811, cuando la enfermedad mental del rey Jorge III provocó que su hijo mayor asumiera sus funciones. Fue príncipe regente durante nueve complicadísimos años -con guerras y el asesinato de su primer ministro- hasta convertirse en Jorge IV, un rey extravagante y mujeriego que llegó incluso a separarse de su esposa, su prima Carolina de Brunswick-Wolfenbüttel. Él, en realidad, ya se había casado -solo que de manera ilegal- con el amor de su vida, María Ana Fitzherbert, o uno de ellos porque tuvo varios hijos ilegítimos.
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