Corinna zu Sayn-Wittgenstein se divorció de Johann Casimir Prinz zu Sayn-Wittgenstein en 2005. Desde entonces, ha elegido seguir llevando ese apellido y la ley, tanto en Alemania donde se celebró el matrimonio como en el Reino Unido, la ampara. Más difuso es todo lo relativo que su exmarido afirma sobre el título de príncipe o el tratamiento de Su Alteza Serenísima al que los Zu Sayn-Wittgenstein de su rama tendrían derecho. Porque en Alemania ese derecho no existe.
Situémonos: hace 100 años y unos meses, en agosto de 1919, se aprobaba la Constitución de la República de Weimar. Entre sus funciones se encontraba lidiar con el desastre de la Primera Guerra Mundial y reconstruir la maltrecha patria. Una de las opciones elegidas para ello fue la abolición total y absoluta de la nobleza, que perdió de golpe todos y cada uno de sus privilegios, títulos incluidos.
Ignoremos por un momento al resto de la nobleza europea, que por cortesía y parentesco sigue reconociendo a sus pares: según la ley alemana -y esta abolición jamás cambió- los condes, los príncipes y demás aristócratas no existen como tales. Un conde o un barón ya no son títulos, sino un trozo del apellido legal, y tampoco mucho. De ahí el "Prinz" que lucen Johann Casimir y varios de sus hermanos y hermanas entre el nombre y el apellido común a la familia. Y que, en Austria, por ejemplo, es ilegal.
Un noble ya sólo tiene de linaje exclusivo dos partículas en el apellido: "Von" ("que desciende de") o "Zu" ("que es de"), dependiendo de su casa (y que unas 80.000 personas lucen en sus apellidos). Y, en cuanto a los tratamientos, sea el de Su Alteza Serenísima: si alguien quiere llamar a alguno de los Zu Sayn-Wittgenstein así, puede hacerlo. Pero ese tratamiento no existe en Alemania desde hace un siglo. Otra cosa es que cada uno ponga en la tarjeta de visita lo que quiera.
Las únicas tres formas de acceder a esos apellidos, último resto de la nobleza, son nacimiento, adopción o matrimonio. Y en el caso de los matrimonios, la ley alemana establece algo muy parecido a la británica: si te divorcias, puedes elegir mantener el apellido de tu expareja, y nadie puede quitarte ese derecho.
Alemania vivió el caso de Doris Ulrich, una diputada de extrema derecha que según la prensa local compró el título y decidió hacerse pasar, no solo por una Sayn-Wittgenstein, sino además por la "cabeza dinástica" de la rama: "Fürstin". Algo que ha causado serias discusiones en el seno familiar –más que las de algunos divorcios– pero que también demuestra la inutilidad real de la nobleza alemana: ninguna de las reclamaciones que hagan los Sayn-Wittgenstein de verdad sirven para nada, pese a que existe un organismo que supuestamente comprueba las genealogías, porque no hay nada que reclamar legalmente. Un quebradero de cabeza digno de los filósofos alemanes del lenguaje, en un país donde la nobleza ya no tiene ni el peso de las palabras que la indican.
Fuente: Leer Artículo Completo