Cuando Coco Chanel conoció a Pablo Picasso sus diseños ya copaban las revistas especializadas y cotizaban al alza en sus tiendas de Deauville y Biarritz. Era la primavera de 1917 y ambos contaban ya con el reconocimiento en sus respectivos campos, habiendo abandonado Picasso sus bohemios inicios y despachando sus cuadros a la burguesía de la época. Se dice que probablemente los presentó el dramaturgo Jean Cocteau y, desde entonces, el pintor y la diseñadora entablaron una amistad que también les unió profesionalmente en dos ocasiones: trabajaron juntos en Antígona (1922) y en el ballet ruso de Serguéi Diághilev Le Train Bleu (1924). Un siglo después de aquello, sus obras y genialidad vuelven a unirse en el Museo Thyssen-Bornemisza. La exposición Picasso/ Chanel, que puede visitarse desde este 11 de octubre al próximo 15 de enero en la pinacoteca madrileña, establece un diálogo entre las obras de ambos artistas y sirve como adelanto a la conmemoración de los 50 años desde la muerte del pintor, que tendrá lugar el año que viene.
Dividida en cuatro salas (El estilo Chanel y el cubismo, Olga Picasso, Antígona y El tren azul), la muestra sigue un orden cronológico que abarca desde 1908 a 1925, ahondando en las similitudes y paralelismos que pueden establecerse entre sus propuestas artísticas, así como en la relación personal que existió entre ambos. Un ejemplo de lo primero: del mismo modo que los cubistas introdujeron en la pintura elementos de uso diario, Chanel hizo lo propio con los materiales apostando por tejidos humildes como el punto o el algodón convertidos en lujosas prendas. También la simplicidad cromática de muchos de los diseños de la francesa –blanco y negro, rosa palo o beige– encuentran su símil en los tonos elegidos por Picasso. Así queda patente en los 50 vestidos de la couturière enfrentados a otras tantas obras del pintor malagueño.
Más allá de la conversación existente entre el cubismo y el estilo instaurado por una Chanel que apostó por las siluetas sueltas y verticales que dejaban atrás la tridimensionalidad, la relación entre ambos se cimentó, en parte, gracias a la bailarina Olga Khokhlova, primera esposa de Picasso y fiel clienta de Chanel. Según contó Cocteau, Khokhlova vistió de Chanel el día de su boda con el malagueño en 1918, eligiendo para la ocasión un «diseño muy Biarritz», y en muchos de los retratos que le pintó su marido también aparece con diseños de la modista. Por lo demás, no consta que Picasso hablara nunca de su relación con Chanel –de la que llegó a haber rumores de romance– ni que ella atesorara ninguno de sus cuadros. Lo que sí queda de aquella amistad son algunos documentos presentes en la exposición como la invitación a una fiesta que la diseñadora envió al matrimonio, un libro que Picasso regaló a Gabrielle o una fotografía de la diseñadora que guardaba el artista.
Las dos últimas salas de la muestra exploran la relación profesional de ambos, que coincidieron creando el vestuario y la escenografía, respectivamente, de dos obras. En la adaptación que Jean Cocteau hizo de Antígona, en 1922, el dramaturgo escogió a Gabrielle para realizar el vestuario por ser «la mejor couturière de nuestra época. No me imagino a las hijas de Edipo mal vestidas». Ella respondió al piropo inspirándose en la Grecia arcaica para realizar la indumentaria de gruesa lana, en tonos marrones, crudos y rojo ladrillo que armonizaba con el decorado violeta, azul y ocre ideado por Picasso. Si bien la crítica aplaudió el trabajo de ambos, la diseñadora ganó al malagueño en elogios por parte de la prensa especializada.
Más tarde volverían a coincidir en la opereta Le Train Bleu (1924), en la que Chanel creó los trajes de los bailarines inspirados en los modelos deportivos que tan buena acogida estaban teniendo y que el propio Picasso, a cargo en esta ocasión del telón –una versión sobredimensionada de Dos mujeres corriendo por la playa– y el programa de mano, ya había inmortalizado en Las bañistas (1918).
Comisariada por Paula Luengo, conservadora y responsable del Área de Exposiciones del museo, y con el apoyo de Chanel, la muestra ve la luz después de cuatro años de trabajo en los que ha sido más complicado «conseguir los trajes de Chanel que las obras de Picasso», tal y como asegura Luengo. Un trabajo que hoy permite contemplar, al mismo tiempo, las creaciones de los dos nombres que definieron la moda y el arte del siglo XX. Solo hay que ver la vigencia de sus trabajos –los diseños de Chanel podrían pertenecer a cualquier colección actual y están perfectamente conservados– para confirmarlo.
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