El abecedario de las afecciones de la piel es algo que todos conocemos. Acné, dermatitis, rosácea, lunares, sequedad, puntos negros… Controlamos todo con sus nombres, apellidos y efectos. O casi. Y es que, entre todos estos «dramas» tópicos rara vez se tienen en cuenta los puntos blancos. De hecho, muchos son los que no sabían de su existencia.
¿Qué son los puntos blancos?
Los puntos blancos son filamentos sebáceos o pequeñas acumulaciones de grasa muy finas, que suelen aparecer en la zona de la nariz, cerca del tabique o en la barbilla. Generalmente suelen aparecer por una producción excesiva de grasa y suciedad que obstruye el poro.
La diferencia entre los puntos blancos y los puntos negros
Su descripción puede recordar mucho a la de los puntos negros, pero son afecciones distintas de la piel y, como tal, no pueden tratarse de igual manera. La primera diferencia que hay entre ellos es que, como su nombre indica, la punta es blanca. Y esto se debe a que, el poro sigue cerrado con la grasa, células muertas y la suciedad en el interior y, al no poder salir a la superficie de la piel, no han entrado en contacto con el aire, oxidándose y cambiando de color.
El filamento sebáceo o punto blanco siempre está visible, tiene la punta blanca y al extraerlo suele salir en forma de hilo blanco ya que es sebo acumulado. A diferencia del punto negro, el filamento sebáceo no desaparece. Podemos tratar de limpiarlo pero siempre volverá a aparecer; siendo por esta razón de vital importancia mantener la piel limpia. Sin embargo, los puntos blancos pueden aparecer en cualquier tipo de piel –ya sean pieles secas o deshidratadas, mixtas o grasas–, no como los puntos negros, que suelen surgir en las pieles con acné.
¿Cómo se tratan los puntos blancos?
Para evitar su aparición o para eliminarlos, el procedimiento es el más básico que se puede imaginar: mantener la piel siempre limpia. De hecho, entre las firmas cosméticas que conocemos encontramos múltiples productos para limpiar la piel, pero los dermatólogos coinciden al recomendar un limpiador de farmacia gracias a su eficacia.
Limpia el rostro dos veces al día
Una por la mañana, para eliminar todas las toxinas liberadas durante la noche; y otra al acostarnos, para deshacernos de toda la suciedad, maquillaje y contaminación que hayan obstruido la piel durante el día. Además, habrá que hacerlo en dos fases, primero un limpiador de base oleosa y después un jabón limpiador. Conviene también usar un cepillo limpiador para llegar mucho más en profundidad a la limpieza del poro.
Exfolia la piel
Sin excederse, ya que la piel podrá sufrir, habrá que limpiarla en profundidad, al menos, una vez por semana. Y esto pasa por exfoliarla para eliminar la suciedad y grasa que hayan podido quedar retenidas, así como las células muertas que también colaboran en la obstrucción de los poros. Este es el paso más fundamental, porque es realmente el que evitará que se produzcan las acumulaciones de grasa y, cuando ya han aparecido, arrastrar la suciedad.
Utiliza mascarillas de arcilla
Las mascarillas de arcilla son muy recomendables ya que secan la grasa de la piel además de hacer que se adhiera la suciedad a ellas, refrescando la piel.
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