A la busca de un culpable del caos institucional provocado por el Brexit, algunos dedos apuntan más lejos que Whitehall y, siguiendo el camino que lleva hasta Windsor, señalan al colegio de Eton. El internado inglés por antonomasia, alma mater de artistas como Percy Shelley, George Orwell o miembros de la casa real como el príncipe Guillermo y su hermano, el duque de Sussex, presume de haber educado a veinte primeros ministros británicos; un lote que, sin embargo, incluye también a dos de los principales responsables de la crisis política que ha padecido Reino Unido en los últimos años: David Cameron, que convocó el referéndum de 2016, y Boris Johnson, que apoyó la salida de Reino Unido de la Unión Europea y que ahora, como inquilino del número 10 de Downing Street tras su victoria en las últimas elecciones, ha logrado el acuerdo final para la ruptura con la Unión Europea, que se efectuará este sábado tras años de negociaciones.
“La crisis del Brexit tiene sus raíces en nuestros colegios privados”, rezaba por ejemplo el titular de una columna publicada en el diario The Guardian el pasado marzo. “La élite de Eton está disparándole a Reino Unido en el pie con el Brexit”, titulaba por su parte el tabloide Daily Mirror ese mismo mes.
James Brooke-Smith, autor de Juventud dorada: Privilegio, rebelión y la escuela privada británica, uno de los libros críticos con los colegios privados en general, y con el de Eton en particular, que han proliferado en los últimos tres años, explica a Vanity Fair que Boris Johnson es uno de los políticos hechizados por la arrogancia etoniana que produce saberse parte de la futura élite del país. Esa es, precisamente, la clave del éxito de estos colegios. “Desde el primer momento en que el alumno entra en un colegio como Eton, se le enseña que algún día será un líder poderoso e influyente. Esta suposición está profundamente arraigada en todos los alumnos, en parte debido a esa cultura y en parte al hecho histórico de que un desproporcionado número de hombres poderosos han asistido a esos mismos colegios. No hay duda de que Boris Johnson tendría una alta opinión de sí mismo aunque no hubiera ido a Eton, pero eso ha debido de influirle en su temperamento”, añade.
“A la gente como Johnson le da igual si somos parte de la Unión Europea o no. Lo único que les importa es conseguir las ambiciones que sus colegios les contagiaron”, asegura por su parte el periodista Robert Verkaik, colaborador en periódicos como The Guardian o The Sunday Times y autor de Niños pijos: Cómo los colegios privados arruinaron Gran Bretaña.
Ya en julio 2016, poco después de celebrarse el referéndum, Simon Kuper denunció en su columna del Financial Times que el plan de Boris Johnson para heredar el poder de Cameron -apoyando el Brexit, calculó que minaría el liderazgo de su colega a la vez que ganaba el apoyo de los conservadores euroescépticos- recordaba mucho al juego de rivalidades típico del colegio de Eton, donde el propio Simon Kuper fue compañero de otro de los tories paladines del Brexit, Jacob Rees-Mogg. “No es casualidad que el edificio del parlamento británico tenga el aspecto gótico de un gigantesco colegio privado. Es un imán para toda esta gente”, llega a decir Kuper.
Lo mismo opinó poco después otro antiguo alumno de Eton, el escritor y crítico de arte Harry Eyres, en un artículo publicado en la revista New Statesman con el título de Una tragedia inglesa: cómo Boris, David y el Brexit surgieron del colegio de Eton. Consultado al respecto por Vanity Fair, Harry Eyres matiza no obstante que, si bien “parte de la culpa corresponde a la cultura de Eton –demasiado énfasis en la competitivida y muy poco en la empatía– Eton es un colegio enorme y produce muchos tipos distintos”. Y pone el ejemplo de los hermanos del actual premier británico, que aunque estudiaron como él en Eton, “son bastantes diferentes a Boris Johnson”. El pequeño de estos, Jo Johnson, hizo campaña contra el Brexit y en 2018 dimitió como secretario de Estado de Transporte del gobierno de Theresa May para pedir un segundo referéndum.
Hay quien por lo tanto considera injusto echarle la culpa a la niñera. “Opiniones como ésas sobre la influencia de Eton demuestran una visión conmovedoramente ingenua con respecto a la naturaleza humana y al poder que los colegios ejercen sobre la personalidad de los alumnos. Porque incluso sin este tipo de escuelas, los Boris del mundo seguirían naciendo y alcanzando el poder”, escribía por ejemplo el pasado junio David James, director adjunto del colegio concertado Bryanston.
Por otro lado, Simon Henderson, director de Eton desde 2015, parece haber asumido como misión corregir ese exceso de competitividad del colegio y desde su nombramiento ha introducido programas para cuidar la salud mental y la felicidad de los alumnos. Durante el último curso, también se han ofrecido charlas a cargo de feministas como Helena Morrisey – una activista que combate el machismo en la City de Londres- quizás para compensar la identificación que pueda hacerse entre el "patriarcado" y un colegio exclusivamente masculino como es Eton, y que el propio uniforme, con una prenda como el frac, favorece.
Semejantes esfuerzos, de todos modos, no evitan que, como sucede siempre que los aires de modernidad soplan en este tipo de instituciones centenarias, lo hagan cargados de contradicciones: aunque en 2017 Simon Henderson declaró en The Guardian que aquellos alumnos que se descubrieran transexuales podrían seguir sus estudios en Eton, no entra en sus planes que el colegio empiece a admitir alumnas.
La hostilidad contra la élite que ha suscitado el Brexit ha alimentado en cualquier caso las críticas contra un sistema educativo que, tal y como por ejemplo sostienen el historiador David Kynaston y el economista Francis Green en el libro Máquinas de privilegio: el problema de la escuela privada británica, publicado recientemente, segrega el porvenir de los jóvenes según su nivel económico. Fundado en 1440 por el rey Enrique VI, hay que explicar que el colegio de Eton empezó siendo un internado para niños pobres financiado con las arcas públicas, y de ahí la famosa confusión que el término “public school”, referido a este tipo de escuela privada, produce a todos los estudiantes de inglés. Sin embargo, su éxito pronto atrajo a los jóvenes aristócratas y, últimamente, a las fortunas que pueden permitirse los más de 40.000 euros al año que cuesta hoy la matrícula.
Las estadísticas demuestran que es una inversión rentable: mientras que, según una encuesta de 2016, solo el 7% de los británicos pasa por alguna de estas escuelas, de sus aulas salen el 74% de los altos jueces, el 71% de los cargos superiores del ejército, el 32% de los miembros del parlamento, e incluso el 42% de los actores ganadores de alguno de los premios BAFTA. De la misma manera, dos tercios del gabinete formado por Boris Johnson se han educado en colegios como Eton o Winchester, un porcentaje que ha animado a que un grupo de laboristas –Laboristas Contra los Colegios Privados– haya lanzado en Twitter la campaña “Abolir Eton” y haya pedido que, en el congreso que este partido político celebrará en septiembre, se discuta la necesidad de acabar con los privilegios con que cuentan este tipo de centros.
“La reforma de nuestro apartheid educativo es un tema pendiente desde hace tiempo, pero por lo menos ahora algunos sectores del Partido Laborista lo está reivindicando”, asegura Robert Verkaik a Vanity Fair. “Por primera vez en sesenta años, la oligarquía que representan estos colegios y sus alumnos estrella se enfrenta a una amenaza real. Espero que esto desemboque en la lenta e indolora eutanasia de un sistema que favorece los intereses de unos pocos por encima de los de la mayoría”.
Una popular leyenda dice que la monarquía británica caerá el día que los cuervos abandonen la Torre de Londres. ¿Será igual de catastrófico despedirse del Atomium de Bruselas?
Artículo publicado originalmente el 12 de agosto de 2019 y actualizado.
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