Así eran las beguinas, las mujeres que vivían sin hombres

Así eran las beguinas, las mujeres que vivían sin hombres

«Nec ancilla nec domina sed socia» («ni patrona, ni sierva, sino compañera») escribió en el siglo XII Hugo de san Victor, desmontando, en parte, la extendida creencia de que las mujeres no disfrutaban de ningún tipo de libertad en la Edad Media: aunque es cierto que siempre ocuparon un segundo plano, entre los siglos XII y XIV se dio un marco mucho más favorable que el que se impuso en el XVI (cuando prácticamente se vuelve al romano patria potestas). Es en ese momento cuando surgen en Europa las beguinas, mujeres libres e independientes que no querían ser «ni monjas ni esposas», que vivían en comunidades independientes solo para féminas en los que no podían entrar hombres, pequeñas ciudades dentro de las ciudades, barrios llamados begijnhof, béguinage o, en español, beguinato (germen de lo que hoy llamamos coliving), habitados exclusivamente por hasta varios centenares de beguinas en sus propias casitas. Independientes.

El movimiento surgió en Lieja y Flandes, pero pronto se extendió por el resto de Bélgica, Países Bajos, Alemania, Austria, Francia (el rey Luis XI pidió a una de esas comunidades que se instalara en París, donde puso a su disposición unos terrenos), Polonia y hasta España, tanto en Castilla como en el Reino de Aragón. Llegó a haber más de cien beguinatos en Europa, trece de los cuales (en Flandes, Brujas, Lovaina, Gante y otras ciudades de Bélgica y Holanda) están considerados patrimonio mundial por la UNESCO.

Quiénes eran las beguinas

Según Silvana Panciera –la estudiosa que ha sabido canalizar el interés actual por las beguinas en una web y un libro (Las Beguinas: Mujeres por la libertad) de consulta obligatoria–, al ser social y económicamente independientes, supusieron «la primera ruptura seria con el patriarcado». Sin embargo hablar de feminismo es ir demasiado lejos, aunque no tanto como hablar de laicismo: no eran monjas, pero dedicaban su vida a Dios y los beguinatos se organizaban en torno a capillas (en el recinto cerrado del beguinato, siempre había una iglesia y, en ocasiones, hospital y cementerio propios).

Se diferenciaban de las monjas porque no tomaban sus votos (aunque si mantenían algunos, como el de castidad y el de pobreza, que podían abandonar cuando dejaran el beguinato, algo que podían hacer cuando desearan) y porque querían vivir en las ciudades, donde podrían ayudar mejor a los más necesitados, lo que suponía su principal objetivo. Cuidaban de enfermos y ancianos, criaban huérfanos, procuraban brindar educación a niños y niñas y acogían a prostitutas, niñas abandonadas por sus familias y embarazadas fuera del matrimonio (tres orígenes habituales de mujeres que, a menudo, acabarían, a su vez, convertidas en beguinas). A diferencia de las monjas podían haber estado casadas o dejar a su comunidad para casarse: no era extraño que coincidieran madres e hijas en una comunidad.

Aunque provenían de todas las clases sociales, necesitaban de cierta independencia económica para llevar su atípica forma de vida, de modo que las más pobres tenían que trabajar. La incipiente industria textil, la repostería, la enseñanza y hasta las tareas domésticas para otras beguinas permitieron a estas mujeres ser independientes profesional y económicamente. Tenían huertos y pequeños talleres donde fabricaban telas, velas y ropas que después vendían. También copiaban e iluminaban manuscritos y otros textos.

Según Panciera, «a pesar de que tomó variedad de formas, el movimiento tenía el mismo objetivo en todas partes: vivir una vida recluida en un ambiente urbano, encaminada a la perfección a través de la oración, el trabajo santificado, la ayuda a los pobres, la vida comunitaria y la investigación mística, a veces con notas de ascetismo». Sin embargo, como su compromiso no era de por vida, las beguinas no eran consideradas serias en su fe, explica Panciera. De ahí que surgieran numerosas formas de desprestigiarlas: en España. aún hoy seguimos usando despectivamente el término beata.

Las beguinas más famosas

Es fácil deducir que los beguinatos, donde la práctica religiosa era la norma, se convirtieron para muchas de ellas en auténticos centros de espiritualidad que potenciaron su creatividad. Era habitual que las que provenían de clases elevadas practicaran algún tipo de arte (de la música a la pintura pasando por la poesía) que enseñaban a las beguinas más humildes. Fueron de las primeras en escribir, en lugar del latín, en lenguas vulgares, de las cuales fueron a la vez testigos y precursoras en su calidad de poetas, teólogas y místicas.

Coincidieron en el tiempo con otras mujeres singulares: Leonor de Aquitania y su hija María de Champaña, las grandes mecenas de la poesía trovadoresca y del código del amor cortés, cuya influencia literaria llega a las beguinas, que serían las precursoras de la poesía mística empleando metáforas y símiles con Dios como objeto de su amor. Los textos de Hadewijch de Amberes, Mechtild de Madgeburgo, Beatrijs de Nazaret o Margarita Porete son considerados obras cumbres de la literatura mística.

¿Cómo vivían las beguinas?

Según explica la profesora de la Universidad de Comillas Silvia Bara Bancel en el excelente ensayo Las beguinas y su «Regla De Los Auténticos Amantes», «su manera de vestir, de manera sencilla y con la cabeza cubierta por un velo blanco y por encima un manto o capa oscuros, será una característica de las beguinas a lo largo de los siglos». Según Bara, la Regla de los auténticos amantes (La règle des fins amans) es «el texto medieval más extenso sobre cómo se situaban y entendían su vida las beguinas». Escrito en francés antiguo hacia 1300 por alguien «familiarizado con la literatura cortesana y también con la Escritura», gracias a este texto sabemos que se organizaban jerárquicamente a las órdenes de una superiora, elegida por ellas (Maestra), y de un consejo de beguinas. Entendían la experiencia religiosa como una relación directa y sin intermediarios con Dios, por lo que se expresaban con su propia voz y no necesitaban de interpretación eclesiástica de la palabra divina.

¿Cuál fue el final de las beguinas?

Es fácil entender que la Iglesia medieval no fuera demasiado fan de esta independencia religiosa, que a menudo cuestionaba la lujosa vida de las élites monacales. También aumentaron los recelos a causa del cada vez mayor poder económico de los beguinatos, que con los años había aumentado a causa de las herencias (muchas beguinas eran acomodadas y, al fallecer, lo dejaban todo a su comunidad) y de los beneficios de lo producido en sus huertos, cocinas y talleres.

Así que, aunque al principio las autoridades eclesiásticas aprobaron su forma de vida («entre 1231 y 1233, el mismo papa Gregorio XI dirigió a los obispos del Imperio varias bulas de protección en favor de las beguinas, permitiéndoles vivir en una comunidad», explica Bara), finalmente la Iglesia decidió acabar con esta incipiente amenaza por medio de la Inquisición: la propia Marguerite Porète murió condenada en la hoguera en 1310 en París por no retractarse de las ideas sobre el amor divino que bellamente había expresado en El espejo de las almas simples. Un año después, el Concilio de Vienne ordenó la disolución de las beguinas.

Las beguinas en la actualidad

Gracias al apoyo de algunos reyes y nobles de los Países Bajos, muchas beguinas volvieron a los beguinatos originales y sus comunidades continuaron en activo hasta principios del siglo XXI: en 2013 fallecía la última de ellas, Marcella Pattyn, a los 92 años. Sin embargo, en Francia, Alemania, Italia, Irlanda y, sobre todo, en Bélgica son muchas (aunque de éxito discreto) las iniciativas que tratan de crear versiones modernas del beguinato.

En Bruselas concretamente, cuando en 2010 las dominicas de un convento sintieron que se quedaba sin hermanas que lo cohabitaran, lanzaron una campaña en medios locales para que mujeres laicas pero creyentes se instalaran con ellas. Así revivió Le béguinage de Béthel, cuyas beguinas (a diferencia de las monjas con las que conviven) no han tomado sus votos de por vida. También se diferencian en que son económicamente independientes, pagan el alquiler de sus pequeños apartamentos, trabajan fuera del convento, invitan a sus amigos e hijos a visitarlas. Pero ayudan en el jardín y en la capilla, asisten a la misa semanal y sus días están marcados por las oraciones. Según Panciera, «Béthel es unico: es uno de los pocos conventos de beguinas modernos en el estricto sentido medieval del término, uno que combina comunidad y espiritualidad”.




Fuente: Leer Artículo Completo