Michael Bloomberg se ha retirado de la carrera presidencial demócrata tras haber gastado unos 500 millones de dólares de su propio bolsillo. O, si lo prefieren, menos del 1% de su fortuna, que Forbes calcula en más 55.000 millones de euros a día de hoy. Una fortuna que su rival Bernie Sanders calificó de inmoral, y que nació en uno de los rincones más claustrofóbicos de Wall Street a principios de los ochenta. O, mejor dicho, a mediados de los sesenta.
La vida de Bloomberg puede medirse en tramos de 15 a 20 años. Su infancia y años formativos, la década y media que paso en un banco de inversión de Wall Street, su despido y transformación en el hombre que informatizó el mercado de inversiones neoyorquino, su salto a la política, sus tres mandatos como alcalde de Nueva York, y esta nueva encarnación como candidato presidencial. Actualmente, es el décimo hombre más rico del mundo; uno que no ha tenido que deber favores en su campaña. Y que ha acumulado una cantidad de dinero bastante impresionante para venir de una familia humilde. Pero, ¿cómo lo hizo?
Los Bloomberg contaban como única fuente de ingresos el sueldo de su padre, William, contable de poca monta, al que el propio Michael Bloomberg le estimaba un salario de unos 6.000 dólares anuales en los años 50. Un dinero que hoy serían unos 57.000 dólares, y que tanto hoy como ayer son una cifra muy por debajo de la media en Boston, donde se criaron. En una casita de los suburbios que tuvieron que comprar en 1945 (Michael nació en 1942) a través de un abogado porque el dueño no vendía a judíos. Las noticias recién llegadas del Holocausto en Europa y el antisemitismo latente en Estados Unidos tuvieron bastante impacto en los Bloomberg. Hasta el punto de que Michael recordaría años después que su padre, pese a lo justos de dinero que iban, reunía de aquí y a allí los pocos dólares que podía permitirse para donarlos a una de las asociaciones que más hizo en la lucha de los derechos civiles de los derechos civiles. La justificación: "La discriminación contra una minoría es en realidad discriminación contra todas las minorías".
Que Bloomberg sacase partido de esas enseñanzas, o que fueran sepultadas más tarde por el caracter que forjó en Wall Street, es algo más discutible. Lo cierto es que Bloomberg, un estudiante aburrido, tan aplicado como engreído, y al que sus altas capacidades no le hacían el más sociable de sus compañeros, consiguió la entrada para la Johns Hopkins University (por recomendación del jefe de un negocio de electrónica en el que Bloomberg trabajaba a tiempo parcial en el instituto, que vio el talento del muchacho). Una institución que su familia no habría podido permitirse. Y a la que hace menos de dos años donó 1.800 millones de dólares para garantizar becas a alumnos como él. Y a la que ha donado 1.000 millones de dólares más en otras ocasiones. Allí, el joven estudiante de ciencias se convirtió en ingeniero, especializado en electrónica. Quiso ser físico, pero el alemán, el idioma de la física de esas décadas, se le resistía.
Bloomberg decidió complementar su formación con un MBA en la Escuela de Negocios de Harvard. En sus propias palabras, sabía que tenía un título de ingeniero pero sabía que no iba a ser el mejor ingeniero del mundo. Cuando acabó su formación, en 1966 el futuro le esperaba. Bueno, en realidad le esperaba Vietnam, donde quiso acudir como oficial del Cuerpo de Ingenieros, pero unos pies planos se lo impidieron. Algo que alguna vez le cuestionaron en una entrevista –los pies planos eran la forma estándar de los hijos de papá de librarse de la picadora vietnamita– y a lo que contestó muy al estilo Bloomberg: descalzándose y enseñando sus pies sin arquear.
Así que se fue a Nueva York, a ofrecer sus servicios a Wall Street. Le contrataron en Solomon Brothers, después de que el mismo William Solomon le entrevistase, y allí descubrió que el trabajo y él no eran del todo compatibles: primer año, meter cartas en sobres y ordenar cosas alfabéticamente. Segundo año, poner el sello de la empresa en documentos internos y manifiestos. Tercer año, etcétera. Ese paso por la parte baja del negocio que movía el mundo bursátil le permitió ver algo que le llamó la atención: todo se hacía en papel. Todo se verificaba en papel. No había compras ni ventas ni las acciones se movían sin un rastro de agónico papel. ¿La cultura de los yuppies de trabajar horas infinitas? Empezó aquí, cuando más de 12 millones de acciones se móvian diariamente y un puñado de graduados de Harvard o de cualquier otro sitio quedaban sepultados en el papeleo necesario para que esas acciones fuesen efectivas.
Bloomberg sería el primero en darse cuenta de que 12 millones de acciones era una fracción de lo que el futuro podía conseguir. Y ese futuro era la informática. Mientras tanto, aprendió a ser cortés, a utilizar tacos hasta para respirar y a seguir inmerso en una cultura de masculinidad tóxica (durante sus años universitarios Johns Hopkins todavía no admitía mujeres). Entre llevar cafés a los chicos malos de la bolsa y sacarle punta a los lápices y asegurarse de que las encargadas del cálculo tuviesen su papel carbon para registrar las órdenes de compra y venta, se dio cuenta de que algo fallaba. La ineficacia del sistema.
Según fue ascendiendo y se convirtió en uno de los chicos, empezó también a proponer un sistema informático para Wall Street, algo que revolucionase para siempre el mundo de las acciones. Algo que fue bien, le hicieron jefe de operaciones, y luego de sistemas. Hasta que Solomon fue comprada por otra firma, que recompensó su entrega con el ostracismo en un cuarto lleno de cables y vetustas máquinas y, finalmente, un despido. Muy bien indemnizado: le pagaron 10 millones de dólares, lo que le correspondía como socio general de Solomon.
Lo justo para que Bloomberg y otros cuatro colegas con visión de futuro montasen la empresa del mañana: información bursátil en tiempo real –o lo más parecido–, análisis de mercados y toda la información necesaria para saber qué estaba pasando en el parqué de Wall Street en todo momento. Con más eficacia que cualquier teléfono. Los terminales Maestros del Mercado (en realidad, computadoras IBM personalizadas para la tarea) que debutaron a finales de 1982. Esto, dos décadas y algo antes del Internet que conocemos. En un sitio donde la información es poder y el titubeo puede hacerte perder cientos de millones en dos parpadeos. Por supuesto que fue un éxito. Todo Wall Street se plegó ante sus servicios. Todo. La competencia llegaría demasiado tarde y, mientras lo hacía, nadie se podía permitir no estar en la red de Bloomberg. Literalmente, todo el mercado bursátil de Wall Street pasaba por sus manos. Su imperio mediático de información financiera no fue más que la consecuencia de ese negocio original, que le convirtió en uno de los hombres más ricos del mundo. Parte de la élite neoyorquina de los 80, el hombre del momento.
Hasta que a mediados de los 90 se aburrió de un dinero que se ganaba solo y decidió que iba a dedicarse a otra cosa, la política. Pero ésa es otra historia, y habla de un hombre que arrojaba entre 60 y 102 millones de dólares en cada campaña a la alcaldía de Nueva York, y que pensó que podría hacer lo mismo con la candidatura a presidente de Estados Unidos. Ah, sí: la media diaria actual del comercio en Wall Street es de 1.460 millones de acciones, frente a las 12 millones de los tiempos del joven sacapuntas..
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