El 30 de octubre de 1975, Martha Moxley salió de su casa para asistir a una de la fiestas de Halloween que se celebraban en Belle Haven, el barrio más exclusivo de la ya por sí exclusiva Greenwich, una de las ciudades norteamericanas con más fortunas por metro cuadrado. No tenía toque de queda, pero a las dos de la mañana su madre, Dorthy, empezó a impacientarse por su ausencia y llamó a su mejor amiga. Martha no estaba con ella, pero habían estado juntas durante la noche: era la vispera Halloween y en muchas casas se celebraban fiestas, tal vez se había quedado dormida en alguna. Los Moxley apenas llevaban un año en la comunidad, pero Martha era muy popular y se había integrado con facilidad entre los jóvenes de la zona. Era una más: 15 años, rubía, afable, guapa, todavía apenas una niña que sonreía feliz tras haberse desprendido de los brackets.
Dorthy no quiso angustiarse y se quedó dormida mientras esperaba. La preocupación no duro mucho. A la mañana siguiente, una de las amigas de Martha encontró su cadáver cerca de la casa. La adolescente yacía bajo un pino con la ropa interior a la altura de los tobillos y la cabeza desfigurada.
El arma no tardó en aparecer, un palo de golf de mujer, un hierro seis; el ataque había sido tan salvaje que el palo se había roto y algunos fragmentos se habían quedado incrustados en el cráneo de la adolescente. La empuñadura, en la que probablemente había huellas dactilares del asesino, había desaparecido, pero fue fácil averiguar a quién pertenecían: eran propiedad de Ann Skakel, fallecida de cáncer tres años atrás.
Los ojos de la comunidad se volvieron hacia la casa Skakel, la más rica de Belle Haven. Allí vivían su viudo Rushton Skakel y sus siete hijos, una chica y seis chicos; dos de ellos, Tommy y Michael, pertenecían a la pandilla de Martha y ella había estado en su casa la noche anterior.
Con un arma del crimen que había salido de la mansión Skakek, en la que Martha había pasado parte de la noche, y dos miembros del clan entre las personas que vieron por última vez a la adolescente, es fácil pensar que aquella familia era era la primera sospechosa, pero a pesar de las evidencias abrumadoras ningún juez firmó una orden de registro inmediata. Tal vez habría que buscar la explicación en el apellido Skakel. Podía no resultar demasiado familiar, pero era el mismo con el que había nacido la hermana de su padre, su tía Ethel, Ethel Kennedy, viuda de Bobby Kennedy y en aquel momento la matriarca del clan más poderoso de los Estados Unidos. Los Moxley podían considerarse una familia privilegiada que había logrado una posición social que le permitía vivir en aquel barrio con un yate amarrado en cada embarcadero, pero también entre los privilegiados hay clases y los Kennedy estaban en la cima de la pirámide.
Además los Skakel no eran unos advenedizos que hubiesen alcanzado su posición gracias al matrimonio de Ethel, todo lo contrario. Su fortuna era bastante superior a la de los Kennedy, pero además el origen de esta era más "honesto":mientras la gloria del clan irlandés hundía sus raices en el whisky y los salones, la de los Moxley provenía del carbón. De hecho la boda de Bobby y Ethel se celebró en su apabullante jardín familiar de Belle Haven, el mismo jardín por el que en algún momento de la noche del 30 de octubre paseó Martha Moxley.
Al margen del origen del arma homicida y del hecho de que Martha hubiese ido a la fiesta a casa de los Skakel –un punto de reunión habitual de los adolescentes del barrio debido a la ausencia de vigilancia paterna–, todos los vecinos del barrio sospechaban que el asesino seguía en aquella casa. Tommy y Michael, los hijos de Rushton Skakel, no eran precisamente ejemplares y tenían antecedentes por sucesos violentos.
Sin embargo, la investigación prefirió centrarse en Kenneth Littletonun joven recién graduado del Williams College que aquel infausto día había sido contratado como tutor de Michael y Tommy por su padre Rushton que, incapaz de dominarlos, buscaba una frau Maria que realizase algún milagro con su disfuncional familia Trapp. La policía le consideró el principal sospechoso a pesar de que no conocía a Martha y el ensañamiento con el cuerpo parecía indicar algo peronal; ni a Martha, ni el barrio, y el hecho de que el cadáver hubiese sido desplazado reflejaba cierto conocimiento de la zona. Littleton era el más improbable de los sospechosos, pero no tenía el apellido Skakel y nadie iba a molestarse en defenderlo.
Para los vecinos también resultaba creíble: a pesar de que Tommy Skakel había sido casi con toda seguridad la última persona en ver a Martha viva y de los indicios que señalaban en la dirección de la distinguida familia,nadie en Greenwich quería pensar que el mal venía de dentro de su idílica comunidad.
Pero los Moxley tenían su propio sospechoso y no era Tommy ni mucho menos Kenneth Littleton, sino Michael, cuyos ataques de ira y su gusto por el alcohol, a pesar de sus apenas 15 años, eran de sobra conocidos. "Siempre sospechamos de los Skakel. Estábamos seguros de que sabían algo", declaró la señora Moxley tras la reapertura del caso. "Desgraciadamente, toda la atención se centró entonces en Tommy y en el tutor de los chicos. Y eso era algo totalmente increíble dado el problemático pasado de Michael, que no era ningún secreto para nadie".
Y mucho menos para su padre que harto de su errático comportamiento lo ingresó en una academia para adolescentes ricos problemáticos, la Élan School en Poland, Maine. La academia funcionaba más como un correccional que como un centro educacional y sus métodos basados en la humillación, el aislamiento y el acoso acabaron provocando su cierre en 2011. Finalmente el paso por Élan fue clave para Michael, aunque tal vez no en el sentido que su padre esperaba.
El caso pudo haber quedado en el olvido, pero la casualidad hizo que se cruzase por medio el escritor y periodista Dominick Dunne. Su hija, la actriz Dominique Dunne, que interpretaba a la hermana mayor en la célebre Poltergeist (la versión de 1982, olvidemos el remake, ya hay demasiado dolor en el mundo), había sido igualmente asesinada un 30 de octubre y el culpable también había recibido un castigo demasiado leve. Una concatenación de despropósitos judiciales había propiciado que el asesino pasase solo tres años en prisión. Tres años por matar a golpes a aquella joven de carrera prometedora que en aquellos momentos se encontraba rodando V, una de las series más exitosas de los ochenta.
El asesinato de su hija había propiciado un interés en Dunne por las injusticias y lo había convertido en un prestigioso cronista de juicios, algo que no era novedoso en su familia: su cuñada, la escritora Joan Didion, había seguido el juicio contra Manson y La familia y, este es un detalle irresistible, había acabado comprándole a Linda Kasabian el vestido con el que esta finalmente declaró en el estrado.
Durante el juicio contra otro Kennedy,William Kennedy Smith, –la primera familia de América tiene un historial interminable en cuestión de escándalos– un sobrino de Bobby Kennedy acusado de violación que también había estado aquel 30 de octubre en la mansión Skakel,Dunne escuchó por primera vez el nombre de Martha Moxley. La imagen de aquella adolescente golpeada brutalmente removió sus entrañas por lo familiar y decidió contactar con los Moxley para ofrecer su ayuda. Su hija había recibido malos tratos de manera continuada por el hombre que finalmente acabó con su vida hasta el punto de que en una intervención en Canción triste de Hill Street en la que interpretaba a una mujer maltratada ni siquiera requirió maquillaje.
Dorthy Moxley le abrió las puertas del caso y Dunne puso a su servicio todos sus contactos y su conocimiento del sistema procesal y, lo más importante, un informe que la familia Skakel había encargado a su cohorte de detectives con el fin de exhonerar a Tommy y acabó inculpando a su hermano Michael.
Ante la policía, el pequeño Skakel había afirmado que durante el asesinato de Martha había permanecido en casa de un amigo viendo una película de los Monty Python, pero en aquel informe que jamás había visto la luz confesaba que aquella noche se había masturbado frente a la ventana de la habitación de Martha Moxley. Al igual que los vecinos de Belle Haven, Dunne no tenía ninguna duda de que el asesino se encontraba en aquella mansión idílica.
Para seguir avanzando en la investigación contactó con otro de sus viejos conocidos en su paso por los juicios más controvertidos: Mark Fuhrman, el detective que había encontrado el guante y otras pruebas inculpatorias en el caso de O.J. Simpson, pero que había sido defenestrado por una antigua grabación en la que se le oía proferir insultos racistas. Racista o no, Fuhrman era exactamente lo que Dunne y los Moxley necesitaban, un tipo que no se había dejado intimidar por la maquinaria publicitaria y la aureola de O.J. era lo que necesitaban para enfrentarse a los Kennedy.
La investigación de Fuhrman tuvo como resultado la publicación en 1998 deAsesinato en Greenwich, en el que acusaba a Michael Skakel de haber asesinado a Martha y apuntaba un movil:un ataque de celos tras ver a su hermano coquetear con la adolescente. La novela se convirtió en un bestseller y, lo más importante, reactivó un caso que siempre ha permanecido en la memoria colectiva norteamericana.
Los Moxley, los Skakel y el relato de aquella noche volvieron a ocupar espacio en los medios y eso provocó que varios compañeros de Skakel en la academia Élan contactaran con las autoridades. Afirmaban que durante las clases de terapia, Michael Skakel había confesado ser el asesino de Martha Moxley.
Esta vez la fantasmal presencia de los Kennedy no podía echar tierra sobre el asunto. Se convocó al gran jurado y un par de años después Michael fue acusado formalmente del asesinato de Martha. Ningún vecino de Belle Haven se sorprendió por aquella acusación. Tal vez si alguno de ellos hubiese hablado en su momento, la familia de Martha habría podido ver al principal sospechoso en el banquillo dos décadas antes, pero los Skakel habían residido en Greenwich durante tres generaciones. Los Moxley acababan de llegar y en Belle Haven sabían a quién le debían lealtad.
Casi 25 años después de aquella madrugada, la justicia había hecho su parte, aunque Michael, de 35 años, sería juzgado como menor ya que el presunto asesinato se había cometido cuando este tenía 15 años.
El juicio se convirtió en un circo mediático, a pesar de que un Kennedy en el banquillo empezaba a ser tristemente habitual. Las audiencias del caso O.J. le habían dejado claro a los medios que había interés por la información judicial y nadie quería perderse su parte del pastel. El 15 de marzo de 2000 Michael Skakel llegó por primera vez al juzgado entre una nube de curiosos.
Durante el juicio sus compañeros declararon ante el juez haber escuchado a Michael inculparse e incluso reconocer ufano la inmunidad que le otorgaba su apellido: "Voy a escapar con el asesinato. Soy un Kennedy".
Finalmente y gracias a un vericueto legal, el juez decidió juzgar a Michael como adulto. La diferencia es importante: una declaración de culpabilidad siendo juzgado como menor apenas conllevaría unos pocos años de cárcel mientras que como adulto podría ser condenado a cadena perpetua. El juicio supuso un desfile de Kennedys que trataron de arropar al enésimo familiar caído en desgracia, hasta el mismísimo senador Ted Kennedy, hermano de su tío Robert y del presidente John F. Kennedy, le mostró su apoyo. En 1969 él había estado implicado en la muerte de Mary Jo Kopechne, uno de los sucesos más controvertidos de la saga, –una saga que habla de maldición, pero también se caracteriza por estar siempre en el sitio equivocado y generalmente con una gran cantidad de alcohol y drogas por medio, elementos que resultan un buen combustible para las maldiciones–.
Pero el halo trágico y glamuroso de los Kennedy no pudo evitar que Michael fuese condenado a 27 años de cárcel. No había pruebas físicas que lo incriminasen, a pesar de haber aparecido con la ropa interior bajada, no había sido violada por lo que nunca se recogió ADN y la empuñadura del palo de golf no llegó a aparecer. Michael fue juzgado en base a los testimonios, varios, que le acusaban de haberse inculpado reiteradamente en público, a la declaración de su exmujer que le acusaba de maltrato físico y mental y a una vida errática en la que no faltaban los excesos de sutancias tóxicas y las explosiones violentas. También contribuyó el tesón de Dorthy Moxley y su hijo, que jamás dejaron de luchar porque se hiciera justicia –su marido David había muerto en 1988 carcomido por la pena y sin ver a nadie juzgado por el asesinato de su adorada hija–. Cuando el jurado emitió su veredicto ambos se abrazaron y rompieron a llorar, estaban tan emocionados como sorprendidos: casi tres décadas después la justicia se había abierto paso en medio de presiones en influencias.
Pero no iba a ser tan fácil. Los abogados de Skakel impugnaron la sentencia por diversos motivos entre ellos el hecho de que no hubiese sido juzgado como menor. En 2013 se reabrió nuevamente el caso y un juez de Connecticut ordenó que se celebrase un nuevo juicio alegando una defensa defectuosa y Michael salió bajo fianza de un millón de dólares tras apenas una década en prisión. Toda su familia acudió para arroparlo ante las cámaras aunque era sabido por todos que él y Tommy, a quien su abogado trató de implicar en el crimen, llevaban décadas sin dirigirse la palabra. Pero si algo querían vender los Skakel era la idea de familia unida y ejemplar. A pesar de los vaivenes que el caso ha sufrido desde entonces, Skakel permanece en libertad y los 44 años transcurridos desde el crimen y el hecho de que algunos testigos hayan fallecido dificulta que vuelva a entrar en prisión.
En 2015, cuando se cumplían 40 años del asesinato de su hija, Dorthy Moxely declaró al Greenwich Sentinel: "Estoy segura de que Michael Skakel fue el que la golpeó con el palo de golf, en mi opinión él es un asesino en libertad".
Ella sigue mateniendo vivo el recuerdo de su hija, algo a lo que han contribuido unos medios que han encontrado un filón en una historia que mezcla asesinato y celebridades, una de las combinaciones favoritas de los consumidores de sucesos. Dorthy les está muy agradecida; en 2009, tras el fallecimiento de Domminick Dunne declaró a Vanity Fair: "Siempre dije que tenía un equipo de ángeles que me ayudaban, y él era un ángel muy grande".
Dunne contribuyó a mantener vivo el recuerdo de Martha tanto con artículoscomo con su libro Una temporada en el purgatorio, en el que para evitar demandas los Kennedy pasaron a llamarse Los Bradley. Otro libro, el de Fuhrman, que tanto había influído en el caso, acabó convirtiéndose en una película para televisión en la que el controvertido detective fue interpretado por Christopher Meloni, el sargento Stabbler de Ley y Orden: Unidad de Víctimas Especiales,– enormísimo acierto de casting–. El asesinato de Martha Moxley que durante tantos años permaneció en una nebulosa de olvido se ha convertido en un tema recuerrente de programas sobre crímenes reales y es fácil intuir la historia en capítulos de series procedimentales como Caso Abierto, cuyo piloto narra la historia de una jovencísima Kate Mara a la que un miembro del clan Whitley asesina con un palo de golf y permanece impune durante tres décadas.
Llámense Whitley, Bradley, Skakel o Kennedy todas sus historias, reales o ficticias, tienen un elemento común, esa justicia que es igual para todos, es más ciega ante sus delitos.
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