Los Dominguín y Pablo Picasso: una historia que perdura

Los Dominguín y Pablo Picasso: una historia que perdura

Fue una tarde de primavera de 1950. El poeta y dramaturgo francés Jean Cocteau, también pintor y amigo de Pablo Picasso, le presentó aquella tarde a Luis Miguel Dominguín. Por entonces, él y su cuñado, Antonio Ordóñez, eran los mayores representantes del mundo taurino. El tiempo dio pie a una sólida amistad entre el torero y el pintor malagueño que hizo correr ríos de tinta… y arte. Picasso, ya exiliado en Francia a causa de la dictadura de Franco, conoció por entonces a la esposa de Dominguín, la actriz italiana Lucía Bosé. Con ella, se terminaba de fraguar una de las amistades más especiales de la historia de España: tauromaquia, pintura, genio, maestría… y celos. En 1956, Lucía y Luis Miguel tuvieron a su primer hijo, Miguel Bosé, y como primogénito varón todos sus esfuerzos estuvieron volcados en su proyección. Pero dos años más tarde, llegó al mundo Lucía, la segunda de la familia… y niña, por lo que Picasso, ya muy próximo a la familia Dominguín, la arropó en todo momento. Y nació la tercera hija del matrimonio, también una niña a la que bautizó el mismísimo Pablo y le pusieron de nombre Paola (ya que Pablo viene del italiano Paolo). Por entonces, la relación entre las dos familias era casi síntoma de envidia para los más allegados, la ayuda y la colaboración entre ambas sagas era mutua hasta el punto de que el propio Dominguín escribió una vez a Picasso: “Querido Pablo […], por mi parte no tengo más interés que lo que pueda ayudar a que la gente de aquí te admire y te quiera. Si te gusta la idea, dime con quién me tengo que poner al habla para que esta gente realice sus proyectos. En caso contrario, dímelo también para desengañarlas”. Aquella sincera amistad sería para siempre… O no.

Hoy, el frío en la capital española es helador. Algo que no ha impedido que las hermanas Dominguín, Lucía y Paola, hayan venido desde la calurosa ciudad donde residen, Valencia, al estudio de fotografía de Harper’s Bazaar. Han pasado más de seis décadas desde que sus padres iniciaran aquella amistad con el genio malagueño y están aquí para contar algo que para ellas es historia de su infancia, pero que para el resto de los mortales es HISTORIA en mayúsculas. Paola, la ahijada de Pablo Picasso, me muestra una fotografía tomada en 1967. En ella aparecen las dos hermanas bañándose en uno de los estanques de La Californie, la villa en Cannes donde el malagueño pasó los años más felices de su vida junto a su segunda esposa, la coreógrafa, modelo y también pintora Jacqueline Roque. Lucía, bastante emocionada, mira una y otra vez la imagen, y su mente empieza a llenarse de recuerdos: «Se me viene la cantidad de veces que me cogía en brazos… Nosotras íbamos a pasar el verano allí, porque mi padre se iba de tournée a torear y entonces nos quedábamos con nuestra madre, la tata Reme y Picasso. A él lo llamábamos nuestro ‘tío francés’, que nos cuidaba, nos mimaba, nos daba muchísimo cariño, lo recuerdo superentrañable. Recuerdo que yo tendría unos nueve o diez años cuando nos sentábamos juntos a ver la lucha libre, que le apasionaba, y luego comíamos pollo con patatas fritas o tortilla de patatas. Y recuerdo los paseos por los jardines de La Californie y por Notre Dame de Vie, en Mougins…».

HARPER’S BAZAAR: ¿Cuál es el momento que más le recuerda a él?

LUCÍA DOMINGUÍN: Hay algo que no se me olvidará jamás y es ese rotulador con el que dibujaba, que hacía mucho ruido y olía a alcohol. Cuando ese olor viene a mi memoria, es imposible no recordarlo. También cuando paseábamos juntos por los jardines, él recogía flores y pintaba los cuadros con la tintura extraída de las flores.

PAOLA DOMINGUÍN: Mis recuerdos aparecen muchas veces cuando veo una foto, porque yo era muy pequeña. Veo la foto de mi bautizo, en Cannes, con él mientras me sujeta en sus brazos, y con su mujer Jacqueline, mi madrina; cuando nos escapábamos a la playa todos juntos o al ver esa foto del estanque, que se me viene a la memoria cómo estaba lleno de peces rojos y Pablo nos decía:‘¡A ver si cogéis alguno!’. Era fantástico. Eso sí, cuando pienso en Picasso, veo a un hombre en calzoncillos, el Ocean blanco, junto a su perro Kabul, un galgo afgano elegantísimo. Recuerdo que mi madre tenía justo esa foto en la estantería de la biblioteca y ha estado expuesta ahí toda la vida. De niña, flipaba cuando me decían que era un artista fantástico, pero yo veía sus trazos y sus colores, y les decía que mi hermano pintaba mejor (risas).

L.D.: Hablando justo de eso, se me viene a la memoria cuando tenía cuatro o cinco años que empecé a llorar desconsoladamente porque quería una muñeca. Tío Pablo me hizo una en un cartón roto que encontró por ahí.‘Toma, no llores más, aquí tienes’. Yo la vi y pensé,‘¿qué es esto?’ y le solté:‘¡Pero si tú no sabes pintar!’. Mi padre me lo recordó toda la vida: ‘Creo que has sido la única que le ha dicho a Picasso que no sabe pintar’. Y fíjate por dónde, pero fue una de las únicas obras que conservé de él, esa muñeca de cartón y un cuadro que me dibujó a mí vestida con el traje bautismal y me decía que yo era su novia.

H.B.: Sin embargo, nunca tuvo un carácter demasiado paternal y cariñoso con sus cuatro hijos…

P.D.: Tenía ese espíritu protector que luego con sus hijos no lo tuvo mucho, pero creo que como mi hermano Miguel, al ser el primogénito, todos se volcaban en él; Picasso decidió darnos más cariño a mi hermana Lucía y a mí, y nos arropaba muchísimo. Eso sí, a veces era todo un poco tenebroso. Me acuerdo de un día que nos quedamos todos a dormir en La Californie que pasamos un miedo… Nos metimos todos en una sola habitación y una misma cama, la tata y los tres niños, porque todo crujía y sonaba. El viento sonaba y parecía la casa de los fantasmas.

L.D.: Eran habitaciones y habitaciones repletas de cuadros, pero no había ninguno colgado, todos estaban apoyados, almacenados. Recuerdo verlo pintar y era ver como si de su propia energía saliese la pintura directamente al cuadro. ¡Tenía un poderío ese hombre, tenía un genio dentro! Alucinante lo que hacía con el pincel, los colores, las formas… Y cómo no le iba a querer si se ponía una careta en forma de perro con un penacho de plumas para hacerme reír… y ya estaba bastante malito.

Se decía por aquella época que la escultural italiana Lucía Bosé había formado parte del Partido Comunista, como Picasso, de ahí su admiración y amor por ella. «Hay una anécdota muy graciosa –continúa Paola– y es que cuando mi padre se iba de viaje, Picasso le colocaba a mi madre, en la almohada contigua, retratos de señores diferentes, de un guardia civil, de un marinero… ‘Una mujer tan guapa no debería dormir jamás sola’, le decía Pablo. Ahí creo que mi madre entendió que había una segunda intención». Una amistad entre Pablo y Lucía que dura– ría hasta el final de sus días, pero no con Dominguín. «Cuando mis padres se separan –relata Paola–, Picasso deja de ver a mi padre, diciendo que ‘a una mujer así no se le puede abandonar ni engañar’. No le gustó en absoluto el gesto de mi padre».

Cuando en 1973 fallece Pablo Picasso, la noticia se la comunican a la familia Dominguín durante una capea en El Palomar, la finca que el torero Palomo Linares tiene en Seseña, Toledo. Paola, con solo 13 años, se echó a llorar y se escondió bajo una mesa, hasta que su padre le dijo que se comportara, que era algo natural y que no debía tenerle miedo a la muerte. Se despedían así de su tío Pablo, el tío francés, aquel que apadrinó y hasta le dio el nombre a Paola, aquel que acogió a una Lucía con solo diez años y que se sentía extranjera en un sitio como Francia, el que compartió mesa con ellas y con Sophia Loren, Orson Welles, Cocteau…, o el mismo genio que nunca pudo ver desfilar a su ahijada Paola en los años 80 en NuevaYork junto a Iman, Jerry Hall o la mismísima Pat Cleveland, pero sí les hizo reír y soñar en un mundo cubista. Y como el mismo malagueño dijo: «Pintar como los grandes maestros es muy fácil. Lo que te lleva toda la vida es pintar como un niño».


PELUQUERÍA Y MAQUILLAJE: VÍCTOR MARESCO (COOL PRODUCCIONES). PRODUCCIÓN: BEATRIZ MARTÍNEZ VELASCO. ASISTENTE DE FOTOGRAFÍA: EDWIN CANO. ASISTENTE DE ESTILISMO: JERO GONZÁLEZ.

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