Maribel Quiñones (Huelva, 1954) se presentó ante el mundo como Martirio, con peineta pop y gafas oscuras de rock, proclamando que "estaba mala, muy mala, mala de acostarme". Han pasado más de tres décadas de aquello y hoy asegura que sólo necesita pisar un escenario para que se le quite la gripe, el lumbago y lo que sea. Sin embargo, es casi imposible que acabe un concierto sin que se le escape una lágrima. Está presentando su nuevo disco, A Bola de Nieve, un homenaje al músico cubano que ha realizado junto al pianista Chano Domínguez, según ella el trabajo más difícil de su carrera y el que la va a estar haciendo llorar durante los próximos meses por toda España; La Laguna (7 de noviembre), Las Palmas de Gran Canaria (8), Madrid (23), Barcelona (28) y Palma de Mallorca (7 de diciembre).
Sentada en el ambigú del Teatro de la Zarzuela, con un piano de cola al fondo, hoy le toca atender a los periodistas. Cuando llega el turno de Vanity Fair pide permiso para echar un cigarrillo rápido antes de hablar de Bola de Nieve, la exposición de peinetas que algún día hará, la durísima crítica que le hizo Francisco Umbral y sus frustrados planes de jubilación, entre otras muchas cosas. "Si me das un ratito no te respondo lo mismo que a los demás", ofrece a cambio Martirio.
Bola de Nieve se definía como “un hombre triste que siempre canta alegre”. ¿De usted se podría decir que es una mujer alegre que canta triste?
Para cantar la alegría y la tristeza de verdad hace falta haberlas conocido y eso solo lo consiguen quienes son valientes y se entregan al sentimiento. Yo me muevo bastante bien en el humor pero me siento mejor incluso en las canciones profundas. Bola me ha enseñado a buscar la verdad absoluta en mi voz, sin hacer concesiones a la platea. Este disco es una desnudez absoluta. Bola me ha quitado las máscaras como hace muchas veces el flamenco. Muy poca gente ha tenido ese poder de comunicación a través de la canción. En eso me recuerda mucho a Chavela. La misión del arte es esta, la de plantar un espejo y dar lugar a que tú sientas cosas y seas capaz de recomponer lo que tienes dentro.
Calamaro solía referirse en sus letras a los “pedazos rotos del espejo interior”. ¿Qué tenía usted que recomponer para encontrarse?
Cuando buscas la verdad te encuentras con todos los engaños y trampas que tienes para escaparte. Hay clichés que te funcionan, también está el ego, pero hay que avanzar casi de una forma espiritual, desnuda y a ciegas hacia ese lugar.
Habrá quien se haya perdido esta versión de Martirio sin ironía.
La sigo teniendo, aunque hace tiempo que me baso en otras cosas. Todavía te canto una cosa tristísima y antes te cuento algo con lo que te partes de risa. Me encanta esa dualidad.
Negro y homosexual en una sociedad racista y homófoba, Bola de Nieve ocultaba su dolor sobre el escenario. ¿Es compatible eso con la verdad?
Lo que no hacía era cortarse las venas en el primer compás, no alardeaba de nada. Buscaba la expresión, no la impresión. Jacinto Benavente decía de él que no se podía hacer más con una canción. Es curioso cómo los intelectuales de la época conectaron con él: Alejo Carpentier, Neruda, Jorge Guillén, Marta Valdés… Desde Asia a Latinoamérica el público le entendió. Hacía una cosa que yo también procuro hacer, que es aprenderse una canción del sitio al que vas. Bola cantó en italiano, en francés, en inglés…
…y en catalán también, que grabó un villancico, El desembre congelat.
Tuvo una relación muy especial con Barcelona, porque trabajó mucho en el Paralelo. Chano y yo vamos actuar en el Teatro Barts, que está en el mismo sitio donde actuó él. Me emociona muchísimo. ¿Sabes qué ha sido una revelación para mí? Descubrir que había girado con Concha Piquer. Tan coplera como yo soy es algo fascinante que también actuase en los mismos escenarios que Miguel de Molina. Ahí hay una conexión entre la copla y el bolero que tiene mucho que ver con este trabajo.
¿Este es un disco de boleros, de flamenco o de jazz?
Por supuesto hay bolero feeling, que es de lo que él fue el maestro, pero también flamenco porque el piano lo toca Chano Domínguez y existe esa sensibilidad del jazz, y una mezcla nada fortuita que tiene cosas de la copla. Lo que no hay es copia alguna.
La voz de Martirio esta vez suena diferente, ha pasado algo en este disco que la distingue de anteriores trabajos.
Que digas eso me llena de satisfacción y orgullo, porque lo he buscado. Me he llenado de su mundo y he dejado el ego en la puerta. Es el trabajo más difícil que he hecho y he aprendido a cantar de otra manera. No es una cuestión técnica, porque yo soy pura emoción.
Quizá no tanto como Antonio Machín, pero en los 50 y 60 Bola de Nieve estaba presente en la radio y la televisión española, era muy popular. Sin embargo, muchos le redescubrieron gracias a Pedro Almodóvar en La ley del deseo y La flor de mi secreto.
Yo le conocí porque Mario Pacheco, del sello Nuevos Medios, me regaló en 1988 el primer disco que se editó aquí de él. “Escúchalo porque esto tiene mucho que ver contigo”, me dijo y tenía razón. Después de colaborar con Compay Segundo y conocer a Marta Valdés, que le escribió canciones y a quien yo considero “mi mami”, profundicé más y más en Bola de Nieve, hasta convertirse en uno de mis músicos de referencia. Me parece imposible que la gente no le tenga como una figura imprescindible, y eso es lo que me ha empujado en gran medida a hacer este disco.
Bola de Nieve comparte con Chavela Vargas la ambigüedad, alterna roles de género desde la canción popular.
Tenía claramente la puerta abierta a la sensibilidad femenina. Y lo pagó. Yo lo comparo mucho con Lorca, creo que se habrían llevado muy bien si se hubieran conocido: amaban la poesía y la música, eran muy cosmopolitas, rebeldes en un momento muy difícil… Bola de Nieve no vivía su homosexualidad de puertas hacia fuera como él, quizá porque lo tuvo incluso más complicado.
Reinaldo Arenas escribió que Bola de Nieve era “el calesero” del régimen castrista, criticando su complicidad con la dictadura.
Reinaldo pertenecía a una generación posterior de homosexuales cubanos, que habían vivido la represión de otra manera. Bola de Nieve estuvo en el momento en el que se hizo la Revolución y, como mucha gente, también de fuera de Cuba, creía que se estaba abriendo una ventana a la libertad. Fue muy amigo de Fidel y se sentía muy próximo a sus ideas.
Y sin embargo su repertorio no tenía un carácter político.
Cuando la gente está conectada con sus propios sentimientos sabe con quién no quiere vivir, qué trabajo no le satisface y a quién no quiere votar. Eso es un acto político también. Si tú sabes quién eres también sabes lo que quieres. Si escondes las emociones te puede engañar cualquiera. Para mí Se equivocó la paloma ahora mismo es un himno político y lo he descubierto gracias a la interpretación de Bola de Nieve de este poema de Rafael Alberti. Yo creía que era más romántica o social, pero ahora la entiendo de una forma muy política: que no se vuelva, por Dios, a equivocar la paloma, que no falte la paz en España.
Es una de las canciones que pertenecen a este disco, A Bola de nieve. ¿Cómo ha sido el proceso para seleccionar los temas?
Sólo canto canciones que he vivido o podría firmar. He renunciado a toda la parte afrocubana, la que entronca con su cultura yoruba como Mamá Inés o Chivo que rompe tambó, porque en mi voz sonaba paya. También buscaba que se pudieran trasladar al flamenco jazz de Chano Domínguez con naturalidad, que ha sido lo más sencillo. Entre Cuba y Cádiz hay una conexión importante, y Chano la ha interpretado maravillosamente.
Con Chano Domínguez grabó Coplas de Madrugá (1997) y Acoplados (2004). ¿Cómo surgió esta nueva colaboración con él?
Llevaba algún tiempo pensándolo y una tarde que vino Chano a casa se lo propuse. Lo que no sabía es que a él le gustaba tanto. “Hace unas melodías con unos armónicos en agudo y de repente se pone a aporrear como si fueran tambores cubanos los graves… ¡Está impregnado de jazz!”, me dijo.
¿Por qué los boleros de Bola de Nieve han resistido al paso del tiempo?
Sus boleros son intemporales porque tienen una exasperación inaudita en el género, una tensión dramática que choca con esa abstracción sentimental que suele caracterizarlo. “Tengo las manos tan deshechas de apretar que ni te puedo sujetar”. Es que se me ponen los pelos de punta sólo de pensarlo…
¿Lo que hacía Bola de Nieve era tan complicado que se han tenido que unir dos artistas para interpretarle?
Chano conoció su música en 1998, en Colombia, y quedó fascinado por su voz pero sobre todo por la complicidad que tenía con el pianista que le acompañaba. Cuando le dijeron que era el propio Bola se quedó todavía más impresionado. Como él cantaba y tocaba es inigualable, por todo lo que volcaba. Quizá por eso hacía falta unir el alma masculina de Chano y la mía femenina para hacer este disco.
https://youtube.com/watch?v=gyOPNyManAg%3Frel%3D0
En el documental sobre su trayectoria aparecía Fidel, compañero sentimental de Bola de Nieve, diciendo murió dejando sólo unos pocos pesos en el banco, disfrutando hasta el final. Este año usted ha cumplido 65 años. De cara a una posible jubilación, ¿ha sido algo más ahorradora?
Hasta los 67 no me toca, aunque tampoco tengo pensado jubilarme. Entre otras cosas porque no puedo. Con la pensión que me queda de autónoma no me llega a mil euros. Tendré que trabajar hasta que puedo seguir haciéndolo. Contra la jubilación, actuación. Aparte de los quereres, la música es lo más importante que tengo, es la vida. Estoy mala, me subo al escenario y se me quita. Gripazo, lumbago y de todo desaparecen cuando canto. Antes en cambio sigo pasándolo criminal, y mira que llevo años en esto. Se me pone la cara verde.
¿Le ha encontrado alguna explicación?
Tendrá que ver con la transición. Yo soy Maribel y me tengo que convertir en Martirio. Estoy encantada con esta dualidad, que la he creado yo y la he cultivado todo este tiempo, porque no me gustan las alfombras rojas ni los photocalls, pero es complicado ese proceso. Maribel es la secretaria de Martirio, lo he dicho muchas veces. Lo curioso es que cuando piso el escenario me siento en casa, me salen cosas que a mí misma me sorprenden.
¿Le ha llegado a caer mal su personaje?
La verdad es que no. Otra cosa que es que no me cuestione, porque yo tengo una porra con pinchos, le doy muchas vueltas a todo. Cuando algo está bien es lo normal, pero cuando hay algo que no, me obsesiono hasta que lo arreglo. Es como con las críticas; me pueden decir 500 personas gloria, que si una me dice regular me quedo estudiando eso.
¿Qué crítica le ha hecho más daño?
Francisco Umbral escribió una cosa sobre mí en Interviú, en la que puso “Martirio miente”, que me dolió muchísimo. Si algo tengo tanto yo como Martirio es que no mentimos nunca. El personaje ha ido evolucionando, manteniendo las peinetas y las gafas, pero siempre lo ha hecho reflejando una cultura que combina todo lo que me representa, desde la identidad de las regiones al mundo del cómic o el pop mismo. Pero, ¿mentir? Eso nunca. ¿Sabes lo que pasó? Que Umbral creía que yo era otra cosa, lo entendí con el tiempo.
¿Tuvo ocasión de hablarlo con él?
No, ya no nos volvimos a ver. Umbral esperaba de mí que fuera una anti Lola Flores, pero yo es que a Lola la he adorado siempre. Puede que representase otra forma de encarar la copla, porque tenía influencias del rock y de otras muchas cosas, además de un descaro importante, pero es que había crecido adorando a las grandes. Él me hizo preguntas pensando que respondería con algún exabrupto contra ellas porque teníamos formas de llevar nuestras vidas radicalmente diferentes.
¿Le ha pasado eso a menudo, sentirse malinterpretada?
Al principio sí. Mucha gente pensó que era una parodia. Era una época en la que nos vestíamos de una manera que toda fantasía era poca. Encontré en la peineta un elemento dúctil con el que se podía hacer de todo, que además empodera y embellece. Las gafas me daban ese toque underground. Y qué decirte de mis trajes. Entiendo que era chocante. Con el tiempo, al escucharme, se comprendió la de horas que yo le había echado estudiando la copla para cantar como canto. Después, gloria bendita, recuerdo la aceptación de las más grandes, con Marifé de Triana a la cabeza, que nos pasábamos horas al teléfono hablando.
¿Se identifica con las críticas que ha recibido Rosalía?
Comprendo que hay gente que canta flamenco muy bien que lo está pasando criminal, que vive bajo mínimos. Es una música que no está promocionada y debería protegerse como lo que es, un patrimonio de la humanidad. A Rosalía le ha tocado, estaba en el momento justo y en el lugar adecuado. Ha estudiado mucho y ha escuchado mucho. Es muy lista, canta muy bonito y tiene una producción moderna y espectacular. Tampoco olvidemos que el pop es la música que más suena en todo el mundo. Si encima la Mari ha tenido el buen ojo de buscarse unos bailes y una imagen tan impactante, pues ahí está triunfando.
Usted que ha tomado influencias de todas partes, ¿qué piensa cuando oye hablar de apropiación cultural?
El flamenco es mundial. Vaya, la música es mundial. En Cataluña hay muchos andaluces y se escucha flamenco por un tubo. Pregúntale a Miguel Poveda, que te diga. Creo que no he actuado más en otra región a lo largo de mi carrera que en Cataluña.
¿Hará algún día una exposición de vestidos y peinetas?
Lo tengo todo muy bien guardado y llevo tiempo queriendo enseñaros, porque hay cosas que son lo más grande: los Fridor, Fernando Ligero, Pedro del Hierro, Elena Benarroch, Buly, que es mi pintor favorito, Javier Mariscal… Pero esto quiero hacerlo bien, porque tengo ahí dos o tres chalets invertidos. Es que me encanta, tío. La ropa de normal me importa menos, por la calle soy casi invisible, pero me fascina esa magia de disfrazarme y convertirme en otra persona. Irme a buscar las telas y los abalorios es una parte fundamental de ese proceso creativo. En todas las tiendas de Madrid me conocen, porque muchas cosas las he hecho yo con mi modista. Pontejos, Julián López, Ribes & Casals… Ese paseo de Atocha es sensacional.
¿Siguen viniéndole ideas nuevas para las peinetas?
He tenido un peinetero maravilloso durante 20 años, Andrés Martín, del colectivo Fridor, que murió hace poco. Ahora he encontrado a otra fantástica de Sevilla, Ángela Romero, a la que conocí a través de Facebook. Desde entonces me las hace ella junto a Ángeles Verano.
¿Cuál ha sido la que más le ha costado ponerse?
Me he puesto hasta un jamón, pero la más difícil fue una que era mi cabeza con otra peineta, una “metaMartirio”. Me la enseñó Andrés, porque fue idea suya y la hizo sin consultarme, y yo me eché a llorar. “Esto es soberbia”, razonaba yo con mi mentalidad judeocristiana. Me convenció de que era teatro dentro del teatro.
¿En qué consiste su ritual previo a un concierto?
Lo primero saco los santos, que los tengo en unos collages que hago yo con fotos de sitios donde me han pasado cosas bonitas, gente a la que quiero o artistas que me han marcado. Luego pongo una bandeja con incienso, velas, piedras y pequeños amuletos que para mí tienen carga de energía, recuerdos, alma… Mi altarcito, vamos. Luego coloco los complementos del traje que me voy a poner: los pendientes, las pulseras, el abanico, la peineta… Suelo llevarme otro vestido, por si acaso. La verdad es que lleno varias maletas de “porsis”, que digo yo. En realidad me pagan por portear, no por cantar. Después me maquillo, que lo hago siempre yo sola, me peino y mi Inma me ayuda a acabar de vestirme. Me bebo mi dedito de whiskey con agua, J&B o Ballantine´s, pero que no sea bourbon. Se me ha pasado que antes hago mis ejercicios de voz y mis rezos durante media hora. Intento ponerme lo más limpia posible de alma para reflejar luz al público. Si la gente viene luego para decirme que se ha emocionado es que lo he hecho bien. Y lo último de todo, me pongo las gafas, que son como mi carnet de identidad.
¿Le han servido para ocultar las lágrimas?
No las uso para eso, pero sí, lloro en casi todos los conciertos, y en los de esta gira no te quiero ni contar. Con No puedo ser feliz y Vete de míno voy a poder evitarlo.
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