Miquel Barceló: "Es más importante desaprender que aprender"

En un paradisíaco enclave, no lejos de la frontera entre Kenia y Somalia, y formando parte del archipiélago de Lamu, se encuentra la isla de Kiwayu. Un rincón bañado por el mar, ungido de sal y soplado por el viento en la reserva Nacional de Marina Kiunga. Y allí, entre olas y soledad, permaneció durante la pandemia nuestro artista vivo más internacional, Miquel Barceló (Felanitx, Mallorca, 1957). «Me fui unos meses a cambiar de aires. Pasé el tiempo nadando y pintando, era realmente un tiempo de cambio, por el Covid y por varios problemas personales. Por eso ese sitio es tan especial para mí y para mi carrera», confiesa a Harper’s Bazaar Barceló.

Crisis. Cuando Barceló oye la palabra ‘crisis’ es para él como un mantra con el que siempre lidia. «Estoy en crisis casi toda mi vida, es algo muy recurrente, una pequeña menstruación para mí. La crisis es mi forma de ver la vida. Todos intentamos sacar la cabeza de vez en cuando, por ello, bucear se parece mucho a pintar… y a la vida misma. Hago inmersiones y saco la cabeza fuera, para ver cómo se respira…». Allí, en Kiwayu, y antes, en su isla natal de Mallorca, Barceló creó una serie de obras que constituyen todo un canto a la vida, un momento de joie de vivre que el artista comparte con el espectador. Una serie de 26 acuarelas y 11 cerámicas que muestran el mundo más personal e íntimo de Miquel y que nos invitan a disfrutar del mar y sus frutos, del calor y de la sensación de libertad y plenitud de vivir al borde del agua. Una exposición, su tercera individual, que ha acogido la galería Elvira González de Madrid y que seguramente dará la vuelta al mundo.

HB: ¿Te estás haciendo más optimista?

MB: Ojalá. Esta serie no tiene mucho que ver con mi estado de ánimo, pues entonces estaba en un momento más bien bajo. Es curioso ver hasta qué punto el aspecto de las obras no nos representa. Funciona como un mundo paralelo. Lo importante es lo que acaba sucediendo, lo que intento casi siempre se me olvida durante el intento. Estas obras tienen mucho parecido a las obras de mis primeros años 80, y cada vez que estoy un poco en crisis vuelvo al autorretrato para saber dónde estoy. Yo y mis circunstancias.

HB: ¿En este tiempo de violencia y guerras, ¿el arte toma otro sentido?

MB: Creo que siempre he pintado cosas en tiempos de guerra, como la catedral de Mallorca, que fue durante la primera guerra de Irak. Sucede cada día una guerra en cualquier lugar del mundo con armas pagadas por nosotros, como ahora en Ucrania. Nosotros estamos pagando estas bombas, no deja de ser una constante de estos tiempos…

HB: Dices que pintar es cosa de viejos…

MB: Espero que me quede mucho tiempo todavía, pero siempre he pensado que necesitas mucho para aprender, es como un aprendizaje. Es como la poesía. Voy desaprendiendo, no aprendiendo, de no tener ninguna manía y aceptar todas tus contradicciones. Es más importante desaprender que aprender, solo estuve una semana en la escuela de Bellas Artes y llevo 40 años para olvidarme de ello. Un profesor dijo que yo era su mejor alumno, y yo dije que solo estuve una semana, y respondió que aproveché muy bien el tiempo (risas).

HB: ¿Tu obra le debe cada vez más al azar?

MB: Y mi vida, estamos en manos de la providencia. Pintando, más que azar, son como accidentes constantes. En África es donde realmente aprendí cosas, como trabajar la arcilla, y otras cosas más vitales. Oír atento el mundo de la organicidad absoluta, como encuentras en el coral, formas y disposiciones que se repiten pero que jamás son iguales. ¿Es eso azar?

«La zambullida submarina de cada mañana, y las horas de pintura y lectura, me proporcionaban al menos una especie de tranquilo estupor –declara Barceló–. A menudo he notado que, cuando en la vida todo parece irse al carajo, en el estudio pasan cosas». Aparentemente ni el propio artista sabe lo que va a pasar en su taller improvisado al borde del mar, por dónde va a salir, o mejor dicho, por dónde le van a salir a él mismo sus pinturas. No hay un plan preconcebido, ni sabe qué acuarelas va a pintar, ni siquiera los motivos. Parece que las cosas le van surgiendo con el transcurrir de las horas del día.

Barceló también reflexiona aquí sobre la importancia del papel, no tanto como soporte de su trabajo, sino porque el papel en sí mismo, como la arcilla en cerámica, supone para el artista un elemento intrínseco de su obra. El material trasciende la propia voluntad del artista.

Como tema recurrente en su obra reaparece en las cerámicas la fascinación de Barceló por el arte rupestre prehistórico, con su proliferación de animales y figuras en movimiento. El artista aborda así una técnica frecuente en su carrera desde la década de los 90, cuando comenzó a modelar en barro en el País Dogón (Mali).

Y una vez más, Barceló atestigua en su obra el mundo marino (y submarino), algo que también apunta a la sostenibilidad, al cuidado y la protección de los océanos: «Evidentemente estoy muy implicado en ello. Colaboro con muchas asociaciones de protección de tiburones, del coral, del mar… Temas muy preocupantes como la sobrepesca, la contaminación de mares y océanos… Hace poco hicimos un test de orina para ver la cantidad de microplásticos que tenemos en el cuerpo y absorbemos a través del pescado y que se acumula en nuestro organismo, al igual que con los metales pesados. Sí, efectivamente mi discurso entra en relación directa con la sostenibilidad y el cuidado del planeta».

Con motivo de esta exposición, se ha editado un catálogo con textos del propio artista y del escritor Paul Bowles, con quien Barceló comparte la pasión por los territorios exóticos y desconocidos.




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