Por qué la alegría de Keanu Reeves es nuestra alegría

Por qué la alegría de Keanu Reeves es nuestra alegría

En 2011 Keanu Reeves publicó el libro Oda a la felicidad. Para cualquiera que conozca la vida del actor ya solo el título podía sonar a amarga ironía: su padre fue detenido por tráfico de heroína y acabó abandonando a su familia cuando Reeves tenía tres años (lo vio por última vez a los 13); su mejor amigo, River Phoenix, murió cuando él no tenía ni 30 años; en 1999 tuvo una hija que nació muerta y la mujer con la que la engendró, su novia Jennifer Syme, cayó en depresión y murió dos años después en un accidente de tráfico.

Ninguna de estas desgracias ha sido ajena al público, que ha ido asumiendo a Keanu Reeves como un héroe trágico, una figura en la que se combinaba el éxito profesional –ha tabajado con Scorsese, Coppola, Bertolucci, tiene una carrera que mezcla todos los géneros, lleva dos sagas taquilleras a las espaldas…– y la desgracia personal. Además su actitud sosegada, tímida y taciturna ayudaban a acrecentar la simpatía por él. En un mundo que acostumbra a tapar las miserias con lujo y éxito, Reeves no tenía ninguna necesidad de fingir, pero tampoco alardeaba su miseria, simplemente vivía al margen de su fama, si es que eso es posible para una estrella de Hollywood. En 2010 el meme “Sad Keanu” lo ejemplificó con precisión: Keanu Reeves sentado en un banco de Nueva York comiéndose un sándwich mientras contempla cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte, tan callando.

Al actor le parece una imagen divertida sacada de contexto, pero qué más da, encaja en la imagen que se tiene de él hasta tal punto que sus fans se organizaron para nombrar el 15 de junio como Día Internacional para Animar a Keanu Reeves.

Por eso, que un año después de que su melancolía recibiera el bautismo del meme el actor publicara un libro con semejante título no podía ser leído como una caída del caballo de la melancolía. Keanu no se estaba convirtiendo al paulocoelhismo ni abrazando a ningún gurú de esos que hacen su agosto entre celebridades aburridas de estar deprimidas. En esta entrevista con Chen Luyu, algo así como la Oprah china, el actor explica la inspiración del poema: su amiga Jeanie. A Jeanie le gusta escuchar música triste, así que un día, mientras el actor estaba en su casa, ella encendió la radio y se regodeó en la canción deprimente que estaba sonando, y a él le pareció tan gracioso que cogió lápiz y papel y se puso a escribir unos versos que describen cómo alguien toma un baño con todas las comodidades posibles disfrazadas de sufrimiento: “Me preparo un baño caliente de tristeza / en mi habitación de la desesperanza / con una vela de la miseria encendida / me lavo el pelo con champú de arrepentimiento / después de limpiarme con jabón del dolor”. Con esto ya se puede hacer uno una idea de por dónde van los tiros: qué feliz es uno cuando encuentra confort en el dolor inventado, una burla bien intencionada a la necesidad de sufrir de mentira que él podría haber hecho desde el cinismo y el rencor de la persona que ha sufrido de verdad, pero que queda reducida a algo inofensivo. Algo así como otra cara de la misma moneda del Resumé de Dorothy Parker. Aquí tiene el resto de versos por si quiere seguir comprobando, sea cual sea un opinión de las dotes interpretativas de Keanu, que es mejor actor que poeta.

Sin embargo, lo más importante de Oda a la felicidad no está en los versos de Reeves, sino en los dibujos que los acompañan. O más bien en quién los hizo: Alexandra Grant, la artista con la que Neo se paseó de la mano anoche en una gala del LACMA en Los Ángeles.

Son amigos desde hace años y no solo han colaborado en Oda a la felicidad, tienen otro libro juntos: Shadows, de 2016. De hecho, ya existen unas fotos de ambos de la mano en un desfile de Saint Laurent el pasado junio en Malibú. Pero entonces nadie les prestó ninguna atención, tal vez porque el desfile en sí mismo ya dio que hablar. O porque nada tienen de especial dos amigos que se dan la mano. Pero ahora, según recogen algunos medios, fuentes cercanas a la pareja, ha confirmado eso, que son pareja.

La simpatía que despierta Reeves no solo proviene de su manera de afrontar la pérdida, sino de la imagen que se ha forjado de buena persona desde lo cotidiano. A lo largo de los años muchos periodistas y fans han ido compartiendo sus anécdotas con él con la intención de demostrar que es un buen tío. Pocos días antes de que el actor y Grant fueran a ver lo último de Vacarello, el New Yorker publicó un artículo que recogía unas cuantas bajo el título: Keanu Reeves es demasiado bueno para este mundo. Entre ellas se encuentran acercarse a darle un autógrafo a una adolescente demasiado tímida como para pedírselo y cederle el sitio a una señora en el metro en 2011, ¿no es increíble?

Elevamos a categoría de proeza que las estrellas no se comporten como idiotas maleducados de la misma manera que alabamos que un tipo de 55 años salga con una mujer estilosa de 46 que a todas luces parece más interesante que cualquiera de las 25 que utilizan como accesorio en diferentes alfombras rojas muchos de los que superan la sesentena. De la misma forma “Sad Keanu” muere a manos de “Keanu in love”, como si ambos conceptos fueran incompatibles. Da igual: las historias que construimos a raíz de lo que sabemos de la vida privada de las estrellas viven de eso, de conceptos simplones a los que agarrarse para construir fábulas que encajen con nuestra manera de ver las cosas. Y el listón que les ponemos a ellos está mucho más bajo que el que le aplicamos a nuestro vecino. Prebendas de la fama. Todo esto lo sabemos, sí, pero, ay, qué contentos estamos por Keanu Reeves, ojalá todos los días sean 15 de junio para él y Alexandra.

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