Ann Lowe, la diseñadora del vestido de novia de Jackie Kennedy

Jackie Kennedy no estaba conforme con el vestido con el que se casó con John F. Kennedy en 1953. Ella, considerada una de las mujeres con mejor gusto del siglo XX, quería pasar por el altar llevando un sencillo diseño de líneas rectas. La realidad es que acabó atrapada en los 45 metros de tafetán de seda en color marfil que daban forma a su vestido, un encargo de falda ahuecada y corpiño orquestado por su propia madre que, como sigue ocurriendo más veces de las que debería, decidió por su hija cómo debía vestir en una fecha tan señalada. Aunque las crónicas de la boda apenas mencionaron su nombre, Ann Lowe fue la artífice de tan espectacular creación. Era una diseñadora afroamericana que, a pesar de permanecer en un segundo plano por el color de su piel, vistió a casi todas las grandes damas de la élite estadounidense de la época.

Teniendo en cuenta que ni la propia Jackie le acreditó la autoría de su vestido de novia, no cabe duda de que los méritos de Ann Lowe quedaron prácticamente borrados. Al menos, hasta ahora. Después de que la exposición del MET en curso le haya devuelto el brillo que siempre mereció, una muestra virtual organizada por La Casa Blanca hace ahora lo propio. Bajo el título Glamour and Innovation: The Women Behind the Seams of Fashion at the White House, la exposición recoge el trabajo de ocho mujeres que, a pesar de haber vestido a las primeras damas estadounidenses, quedaron casi borradas de la historia de la moda. Una de ellas es Ann Lowe.

Modista, costurera y, según el Saturday Evening Post, «el secreto mejor guardado de la alta sociedad», Ann Lowe nació en Clayton (Alabama) en 1898 y aprendió el arte de la costura gracias a su madre y su abuela, que ya entonces confeccionaban vestidos para mujeres ricas. Después de graduarse en diseño en Nueva York, asistiendo a clase separada de sus compañeras blancas para cumplir las normas de segregación que regían la escuela, consiguió trabajo en una tienda de Tampa (Florida) y logró ahorrar el dinero suficiente dinero para abrir tres tiendas de ropa en Nueva York. Allí empezó a vestir a las mejores familias de la ciudad, de Los Dupont a los Rockefeller pasando por los Auchincloss y así fue como la madre de Jackie –por entonces Bouvier, su apellido de soltera– conoció su trabajo. Y el resto es historia.

Una historia que, por cierto, no estuvo exenta de dificultades. Lowe no solo tenía que vestir a Jackie, sino también a su madre, Janet Auchincloss, y a sus damas de honor, que llevarían diseños de seda rosa y satén rojo. Un total de quince vestidos de los cuales diez acabaron completamente destrozados después de que una de las tuberías del estudio de la diseñadora se rompiera a escasos días de la gran boda. Incluido el de la novia, en el que se habían invertido dos meses de trabajo y que Lowe y su equipo tuvieron que rehacer en apenas cinco días. Ni que decir tiene que el precio que la madre de Jackie pagó por él –500 dólares– no sirvieron ni para cubrir una cuarta parte de las pérdidas que tuvo la diseñadora por culpa de la inundación. Y aún quedaba hacer la entrega, tarea que se complicó cuando uno de los mayordomos de la familia le pidió que entrara por la puerta trasera. Ella se negó: o entraba por la principal o adiós al vestido.

No en vano, una de sus clientas llegó a afirmar que «sus vestidos valen más de lo que cuestan». Y era verdad: «Me di cuenta demasiado tarde que los vestidos que vendía por 300 dólares a mí me costaban 450», confesó a la revista Ebony. Llegó a acumular una deuda de 10.000 dólares –aunque se dice que la familia Kennedy le hizo una donación para ayudarla– y problemas de salud que que no le permitían crear los bocetos por sí misma. Murió en su piso de Queen a los 82 años, habiendo cumplido su sueño de desfilar unos años antes, cuando en 1962 logró celebrar su primer desfile después de más de tres décadas dando forma a los vestidos de noche de las grandes damas.

Como subraya ahora la muestra virtual organizada por La Casa Blanca, Jackie Kennedy se abstuvo de reconocer a Lowe como diseñadora de su vestido de novia y no le fue atribuido hasta mediados de la década de 1960, más de diez años después de la boda. A pesar del descrédito, Ann Lowe consagró toda su vida a la costura, dejando en un segundo plano dos matrimonios que terminaron fracasando y afirmando en más de una ocasión, no sin cierto esnobismo, que ella solo cosía para las grandes familias del país. Ella diseñó, de hecho, el vestido con el que Olivia de Havilland recogió el Oscar en 1947 por su papel en La vida íntima de Julia Norris. En la etiqueta, sin embargo, figuraba el nombre de Sonia Rosenberg, el pseudónimo con el que decidió firmarlo. Hoy por fin queda constancia de su verdadera autoría: Ann Lowe, el gran talento olvidado de la moda.




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