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Esta semana, en La Promesa, llegaron noticias devastadoras y la Promesa se preparó para vestirse de luto. El dolor era un nuevo residente en el palacio y cada uno lo gestionó como pudo. Cruz estaba hundida, pero se mostraba lo más sólida posible, mientras seguía buscando referencias sobre el paradero de su padre, el Barón. Mientras tanto, Candela revivió la muerte de su marido, una historia que al parecer Simona prefería no recordar…, reacción que no pasó inadvertida al padre Camilo.
La situación dio un vuelco en la Promesa, para contrariedad del Duque de los Infantes, que le pidió a Camilo que siguiera con sus investigaciones: quería pruebas de la ruina de los Luján. La marquesa andaba inquieta por la ausencia de noticias de su padre. Ni siquiera las llamadas de Rómulo a los amigos del Barón arrojaron algo de luz sobre su paradero. Y Jana intentó eliminar las pruebas que quedaron de las amenazas al Barón. Pero cuando estaba en ello, Curro la sorprendió… ¿Había visto la nota amenazante que la incriminaría?
Cruz se mostró histérica ante la desaparición de su padre
Jana salió del paso sin que Curro descubriera los anónimos destinados al Barón. Sin embargo, perduró la tensión entre Jana, Pía, Teresa y María Fernández y era obvio que algo ocultaban. Petra pidió explicaciones a todos, porque sospechaba que hablaban mal de ella a sus espaldas. Pero Candela le aclaró que conversaban sobre don Camilo, lo que enfadó todavía más a la doncella de la marquesa.
Lope le ofreció a María Fernández enseñarle a jugar al mus para animarla y para ello recurrió a Teresa y Mauro. Pero ni siquiera el juego le hizo olvidar su preocupación por Salvador. La doncella tenía un mal presentimiento que parecía confirmar una carta de Melilla.
Ya eran muchos días sin noticias del Barón y Cruz estaba histérica. Afortunadamente, Martina logra aplacar la inquietud de Cruz razonando que, de haberle sucedido algo grave a su abuelo, ya habrían tenido noticia de ello. Por su parte, María Fernández recibió una primera carta de África y Lope se la leyó. Salvador estaba sano y salvo, echando mucho de menos a su novia y también los guisos de Lope, porque la comida en el cuartel era mala; y también les contó que estaba a la espera de que le asignasen destino. Además, Petra metió cizaña al padre Camilo revelándole que no todos en la casa lo estimaban como debieran.
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