Cien años de historia contados en un día, la historia de un padre y una hija arropada por una saga familiar que engancha desde el primer minuto. Cuatro años ha tardado Ayanta Barilli en escribir Si no amaneciera, una novela que inevitablemente lleva a pensar en su figura y en la de su padre, el escritor Fernando Sánchez Dragó.
El destino quiso que la novela se publicara apenas unos días después de fallecer Sánchez Dragó. Pero como cuenta su hija, el escritor no creía en las casualidades sino en la causalidades. La novela es un legado de amor hacia un padre y uno de esos libros que resulta difícil soltar cuando se tiene entre manos. Hablamos con la finalista del Premio Planeta 2018 sobre su nueva novela.
¿Cómo surgió la idea de escribir Si no amaneciera?
Nació de un vídeo que me envió por sorpresa hace algunos años el padre de mi hija, que es realizador, y durante sus primeros diez años estuvo grabando lo que sucedía en casa para hacer una película que quedara para la familia. Lo que yo recibí fue una auténtica película, no un vídeo casero al uso, sino algo muy hermoso que no esperaba. La primera vez que lo vi no paré de llorar viendo ese milagro que es el crecimiento de un hijo. Lo fui viendo por capas, me obsesioné, y era tal la emoción que me generó que vi que ahí estaba el germen de una historia. Lo que me gusta en la literatura es diseccionar las emociones y plasmarlas en letras. Empecé a ver todas las capas que había en esas imágenes una vez superado el asombro de ver a mi hija, a mi expareja y a mí, a amigos y familiares, a los que están y a los que no, con esa conciencia del tiempo de todo lo que había pasado y sucedido… Y al final quedó la casa, que es un personaje principal en este libro, una casa familiar que nos acoge a todos y que va cambiando, y ese fue el chispazo que encendió esta historia, la de un padre de ficción y una hija que se cuenta a lo largo de 24 horas, las últimas del padre, y aborda 100 años de historia.
Hay un miedo latente a perder el padre, un miedo siempre presente que quizás también la pandemia puso en primer plano…
En esas circunstancias desde luego, pero es un miedo que yo ya tenía incorporado desde antes. Siempre he pensado –y creo que es un sentimiento común– con horror y miedo ese momento, la pérdida del padre. Fue una de las razones por las que abordé este tema y empecé a escribir hace cuatro años, un poco para ahondar sobre ese nivel más subconsciente que me estaba pasando a mí y tejer a su alrededor toda una historia.
Si no amaneciera
En esta novela los personajes, de alguna manera, se buscan y se explican a sí mismos. Da la sensación de que ese es el camino para encontrar esa paz interior que parece esquiva en la sociedad actual. ¿Escribir esta novela ha tenido algo de efecto balsámico?
Me preguntan a menudo si las novelas que escribo son sanadoras o terapéuticas. Y no tengo una opinión formada al respecto. Escribo porque brota y escribo sobre temas que me muerden el corazón. Que me generan emociones, tanto cómicas como dramáticas. No sé si al final resuelvo algo, lo que sí resuelvo es guardar la memoria, que quede escrito. Eso es muy importante para mí, que no se lo lleve el viento.
La novela transcurre en apenas 24 horas pero recorre un siglo de historia de Europa, la guerra civil, el nazismo, viaja a Latinoamérica… todo ello hilvanado a través de varias historias de amor y de ese diálogo entre padre e hija, un capítulo para Manuel y otro para Anita. ¿Qué ha sido lo más complicado de escribir esta novela?
Lo más complicado es que realmente quería plasmar esa sensación común de que el tiempo no transcurre de modo cronológico, es decir, que no hay un pasado, presente y futuro, que viaja en paralelo en nuestro cerebro, en nuestra cabeza y en nuestro corazón. Y se mezcla el pasado con el presente, y con un posible futuro, estamos conectados a eso. Para plasmar eso tienes que tener una estructura muy sólida en la que puedas ir hacia delante y hacia atrás, puedas incluso contar lo mismo pero con los puntos de vista diferentes de cada personaje, pero hacerlo de un modo que obviamente el lector no se pierda. Creo que es algo que he conseguido pero admito que me volvió loca durante la escritura.
Ha sido inevitable leer esta novela, sobre un padre y una hija, y pensar en usted y en su padre. ¿Llegó a leer su novela? ¿Qué le pareció?
Leyó las galeradas o copia final, no pudo tener el libro físico en las manos porque falleció antes, y tuvimos una conversación literaria muy bonita y honda que la llevo conmigo.
Dice en el libro que los recuerdos son una incisión en la piel de la memoria que se hereda. ¿Cuánto de autobiográfico tiene esta novela, cuánto de esos recuerdos que habitan su memoria?
Los escritores escribimos sobre lo que sabemos, sobre lo que hemos vivido, lo que pasa es que tenemos la capacidad de convertirlo en otra cosa, hacer un ‘Frankenstein’, trocitos de aquí y de allá, para componer personajes. De pronto es muy curiosa la experiencia de esta novela, que subrayo que es ficción, para encontrar muchos guiños a través de los nombres de personajes y anécdotas que tienen que ver con la realidad pero que están completamente incluidas dentro de la ficción.
De alguna manera, leída ahora, y tras la muerte de su padre, parece premonitoria… ¿qué sensación tiene? La novela está llena de pequeñas casualidades que unen y separan a los personajes.
Creo que no son casualidades sino causalidades, y esto lo decía mucho mi padre. No aparece de forma casual en la vida sino causal, de hecho es una cadena y cada cosa nos lleva a la otra. Esto ha sucedido en esta novela, y estoy igual de asombrada que puedes estar tú que me lo preguntas o mi hija que lo lee. Cuando estás trabajando con algo que tiene que ver con la creatividad, estás creando algo, cobra vida y no es que propicie nada, pero tiene algo de misterioso a lo que yo no sé dar un nombre pero existe, está entre nosotros. Lo único que se puede hacer es aceptarlo con humildad, entender que este es un regalo que le hice a mi padre también por todo lo que me regaló él a lo largo de mi vida, que ha sido muchísimo.
Es muy habitual hablar de las relaciones entre madre e hija pero más excepcional hacerlo de la relación entre un padre y una hija. ¿Era una manera de dejar constancia de su amor y admiración hacia él?
Es verdad que hay muchísima más literatura sobre las relaciones entre madre e hija que con el padre, y me interesaba mucho abordar este tema. Yo perdí a mi madre cuando era muy joven y mi padre ha sido un todo, padre, madre, y casi gato. Ha sido muchas cosas. Era algo que yo sentía la necesidad de ahondar en ello, y también dejarlo por escrito. Pienso que es algo universal, todos o casi todos tenemos un padre y hemos podido tener algún tipo de conflicto, y por qué no hablarlo, conocernos profundamente. Yo he tenido la suerte de tener una relación muy serena y cómplice con él. Era algo que quería dejarle. Me estoy dando cuenta estos días que he tardado cuatro años en escribirlo y todo el tiempo pensaba ‘Ojalá llegue a leerlo’, tenía la angustia de que no llegara a hacerlo.
Su padre ha jugado también un papel muy importante en su vocación literaria en tanto en cuanto coescribieron su primer libro juntos…
Más que la mano me dio una patada en el culo porque me decía todo el rato que tenía que escribir, y yo le decía ‘Ay padre, si ya escribes tú muy bien para que me voy a poner a escribir yo’. Pero él tuvo una conciencia de mi ser escritora antes de que yo la tuviera. Me gustaba mucho escribir pero no lo hacía para publicar, y él estaba muy pesado en ocasiones con ello. Un día me dijo: ‘Vamos a escribir esto juntos’. Yo ya trabajaba de periodista y de alguna manera me obligó con chantaje sentimental, y escribimos Pacto de sangre, que realmente cada uno escribía su parte y la mía era una larga carta al padre. Y me salió del tirón, con esa facilidad de alguien que está deseando comerse el plato, y para mí fue muy importante porque me quedé yo misma asombrada y le dije: ‘Papá, tenías razón, gracias por empujarme a hacerlo’. Nunca más he dejado de escribir y se ha convertido en el centro de mi vida profesional.
¿Con cuál se queda de todas las enseñanzas que le ha regalado?
Pues es muy difícil contestar, él me decía siempre cuando había problemas, y cuando era joven me ponía nerviosísima, ‘Ayanta, nada importa nada’. Ahora que voy cumpliendo años lo entiendo de un modo cada vez más profundo.
¿Siente que Si no amaneciera es su mejor obra hasta el momento? ¿La más redonda?
Es que no tengo ninguna conciencia de mí misma, lo tienen que decir los lectores. Cuando uno escribe un libro durante tantos años, es un trabajo tan solitario, te sabes 400 páginas de memoria, no tengo ninguna conciencia ni distancia.
¿Qué le da la escritura que no le dan el resto de sus facetas profesionales?
Es como si te pusieras un vestido bonito que te va, ‘qué bien me sienta, qué bien me siento’. Y a veces escribo muy angustiada, no te creas que me siento y digo me voy a poner a escribir y estoy feliz. Pero me siento en el lugar adecuado, me siento que estoy donde tengo que estar, escribiendo.
De joven su padre le dio una lista con esas 100 obras que debía leer y usted, aplicada, fue comprando y leyendo de una en una. ¿Cuál diría que es la obra que más le ha marcado o que, en un momento dado, ha supuesto un punto de inflexión?
Creo que esas obras no hay que volver a leerlas en edad adulta ni digo que sea mi novela favorita porque no tengo novelas favoritas, pero recuerdo momentos de ‘esto es increíble’ con Anna Karenina. Tenía 16 años cuando andaba leyendo Anna Karenina, y me enganché muchísimo, solo quería leer. Tenía un novio que no era en absoluto lector y que estaba harto de verme sentada en la playa leyendo sin hacerle ningún caso, entonces acabó abandonándome y yo dije ‘Mira, prefiero seguir leyendo’. No me he atrevido a volver a leerlo porque lo recuerdo como cuando vi Lo que el viento se llevó, que me quedé completamente enamorada. Son esas cosas que dices me quedo con esa experiencia, lo recuerdo con mucha viveza.
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